Las mayorías populares iban a despedirse de un presidente amigo en su muerte, de un compañero que en pocos años les había dado vida, de quien les había permitido salir del escepticismo político hacia la polémica ardorosa en busca de un futuro mejor, hacia la réplica y la contrarréplica alrededor de los conflictos que él -que no los había creado, como sostenía la oposición- los ponía sobre la mesa para resolverlos. Por Norberto Galasso
Por eso no fue una procesión callada, respetuosa y sombría sino un
incesante desfile con gritos, cánticos, adhesiones coreadas,
entusiasmos fervorosos, con arengas delante del féretro.
Era el afectuoso saludo militante a un líder militante que se iba.
En
el salón de Los Patriotas Latinoamericanos, desde dos cuadros cercanos,
Perón y el Ché parecían acompañar esa explosión popular, no trajeada
para un cumpleaños sino en camisa, desaliñada a veces, desbordada su
emoción, de rostros desencajados, volcando afecto hacia el presidente
muerto y hacia Cristina, para darle a ella el impulso suficiente para
seguir, para no amenguar los ímpetus.
Era el saludo militante a
un matrimonio de militantes que habían osado enfrentar a los grandes
poderes económicos y mediáticos, como también al Imperio, avanzando
hacia la liberación y la unidad latinoamericana. Era el compromiso,
golpeándose el pecho, de que no terminaba “el kirchnerismo” -expresión
hoy del protagonismo popular- como predecían los augures de la
desgracia argentina desde los grandes matutinos, sino que se ratificaba
el rumbo con la única y posible garantía: el pueblo en la plaza, como
fue siempre, desde el 25 de mayo y el 17 de octubre.
Era un
pueblo con demasiados jóvenes -para el gusto de los detentadores del
privilegio-, un pueblo con conciencia de sus derechos y con convicción
latinoamericana que, no por casualidad, encontraba -junto a Cristina- a
los líderes actuales de la verdadera Patria Grande.
La presencia
de ese pueblo profundamente dolido, pero profundamente esperanzado,
aseguró también la ausencia de los impresentables, de los que se mueven
en las sombras conspirando para atrasar el reloj de la historia, de los
que promueven la vuelta a un pasado de vergüenza y humillación, de
miseria y de entrega, de subordinación semicolonial.
”Brillaron
por su ausencia”, como lo expresa el hombre común, tan gráficamente, e
indefectiblemente permanecerán en ese camino hacia la soledad y la
ausencia política, solos, sin pueblo, sin futuro, y el telón caerá
sobre ellos, de una vez por todas.
Una, vacacionando en Córdoba, otro inventando alguna nueva traición, otro preparando maniobras oscuras para desestabilizar.
La
turista había dicho: “No lo soportan más... El pueblo lo quiere matar”,
pero, ¡Qué chasco!: el pueblo lo quería revivir, no se resignaba a su
desaparición, palabra que uso expresamente por el contenido que ha
adquirido para la militancia.
También hubo algunas presencias
molestas sobre las cuales cayó la lluvia de silbidos porque tenemos
memoria. No decimos esto para agravar los enfrentamientos: cada uno
sabe en qué vereda se pone y éstos no se equivocan, aunque pretendan
ser “amables adversarios” dispuestos “al consenso” (¿Qué tenía que
hacer allí Estensoro y su cónclave?).
Los oportunistas y los que
cultivan la más desvergonzada hipocresía no nos interesan porque
estuvieron, están y estarán en otra cosa: que los bendigan Magnetto y
Biolcati, que constituirá una verdadera maldición de la Patria.
Pero
una vez más hay que llamar la atención a aquellos que por sectarismo,
por incomprensión, por estrechez de miras o por desmedida ambición no
participaron de estas jornadas de dolor que vivió profundamente un
amplísimo sector de la sociedad argentina, aquellos que han errado el
rumbo y lo siguen errando.
Decir por ejemplo, “Kirchner tuvo
aciertos”, “nosotros lo hemos acompañado a Kirchner en todo lo bueno y
hemos criticado todo lo malo”, declaraciones que no caben en dirigentes
políticos que aspiran a representar al pueblo. Esa opinión la dejo para
mi tía Rosita. Un partido o un dirigente deben saber que frente a un
gobierno atacado por el establishment tiene que asumir una clara
posición política.
Furiosamente atacado, agraviado el matrimonio
Kirchner por los más bajos mensajes de Facebook, acusados de las
mayores desvergüenzas, no se puede opinar con liviandad: apoyo lo
bueno, critico lo malo.
Es preciso hacer un análisis profundo,
un balance de la política general que desarrolla y ponerse junto a él,
con toda la independencia política, ideológica y organizativa que
exigen los textos revolucionarios clásicos o de otro modo, admitir que
se está objetivamente en contra, junto a los enemigos de siempre y que,
por esa razón, no se asiste a la plaza junto con el Pueblo.
No
valen, en este caso, las buenas intenciones, ni los idealismos
abstractos, ni presentar como fundamentales aquellas asignaturas
pendientes que aún no han sido resueltas que deben ser evaluadas -por
supuesto- pero en el marco de un progreso económico y social general
que ha irritado a los poderosos de afuera y de adentro.
Más allá
de lo que falta realizar -cuando en el 2003 faltaba todo- y a pesar de
ello, y para darles solución -para llenar la parte del vaso que aún
está vacía- una vez más, las mayorías populares han vuelto a la plaza,
con banderas, con gritos, con esperanza. Y quienes no estuvieron allí
deben reflexionar profundamente acerca de ese desencuentro.
No
estuvieron junto a los trabajadores y la clase media más popular
justamente cuando ella salió, como pocas veces en nuestra historia,
como en sus grandes momentos, con pasión, con ganas, con los dedos de
la mano en `V` augurando futuras victorias, con la mano sobre el
corazón comprometiéndose a jugarse por una Argentina mejor. Y no
estuvieron.
No quiero hacer nombres, cada uno sabe su historia.
Habrán dado, quizás, alguna declaración de compromiso, hasta es posible
que hayan mandado a alguno con bajo perfil para que no le recordasen
que venía de la vereda de enfrente.
Pero no estuvieron sintiendo
profundamente, viviendo profundamente, en medio de los muchachas y
muchachos que inundaron la plaza histórica.
Hemos criticado la
flexibilización laboral en su momento y el empleo en negro, hemos
condenado la tercerización y abogamos siempre por el pleno empleo pues
mientras subsista el sistema en que vivimos, los trabadores necesitan
pleno empleo no sólo para tener ingresos y estabilidad familiar sino
para tener fuerza para pelear por sus derechos, pero ¿cómo explicar
este suceso de Río Gallegos en que tercerizados con apoyo del PO van a
reclamar justamente cuando se está velando a un ex presidente y los
anónimos, los “nadie y sin nada” como decía Scalabrini, los laburantes
van a la plaza y hay un inmenso dolor y curiosamente, al mismo tiempo,
hay una gran esperanza de seguir avanzando.
Cualquier político o
gremialista principiante comprende que había que esperar hasta al
lunes, salvo que se delire con aquello de que “cuanto peor, mejor” que
causó tantas muertes.
Estos tampoco estuvieron, ni siquiera en el mínimo respeto a la muerte y al pueblo en su conjunto.
Este
desencuentro ha sido fatal en nuestra historia, pero se repite
sistemáticamente, ahora agravado porque también alcanza a sectores que
tienen tradición nacional y popular.
A veces se explica porque
los dirigentes provienen de sectores medios y entonces pretenden hablar
en nombre de los trabajadores cuando viven de manera bien distinta,
lejanos del rumor de las fábricas, ajenos a los barrios fangosos. Y
entonces no sirven los fuegos de artificio de la revolución “completa”,
“pura”, “para mañana”.
Porque cuando no se vive como se piensa, se concluye pensando como se vive.
O
también porque se alardee de izquierda dura o de centroizquierda
progresista pero no se palpita al unísono con los de vincha y bombo que
salieron estos días a copar el escenario político.
Quizá porque,
en el fondo se supone fueron a la plaza -como decía Sarmiento- porque
son “la barbarie” ignorante o infradotados a quienes se los engaña
siempre, como en octubre del 45.
Si así fuese, mejor sería que
no hiciesen ni gremialismo ni política. Harían un enorme bien a todos
si se fueran al cine todas las tardes o concurriesen a clases de violín
o se dedicasen al ajedrez, que sería mejor forma de demostrar si tienen
ingenio en vez de hacer elucubraciones teóricas complejas para terminar
-inevitablemente- pensando y sintiendo de manera distinta a aquellos a
quienes dicen representar.
Hoy los hechos están a la vista. Una
marea popular inundó a las calles dando fuerzas a Cristina para
proseguir las transformaciones iniciadas.
Por ahí camina la
Historia, algunos militarán adentro, otros galoparemos al costado -al
ladito, diríamos, porque creemos que servimos mejor así- pero no en la
vereda de enfrente, ni en la concepción de la tía Rosita, sino metidos
profundamente en el camino de la liberación nacional-latinoamericana
para concretar los cambios más profundos e irreversibles.
(Norberto Galasso es ensayista, historiador e integrante de la Corriente Política Enrique Santos Discépolo)
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