Ramírez fustigó los caballos con un grito seco y preciso. El carruaje se sumergió en el camino con un sonido a madera y hierro. La Muerte adelante se perdía ya en los recodos del sendero. Iba veloz y les ganaba distancia. El bagual que montaba no conocía demoras, sus cascos golpeaban el piso y encendían chispas ciegas a cada golpe.
Para seguir la novela ingrese a http://guillermomontilla.wordpress.com
II
Ramírez fustigó los caballos con un grito seco y preciso. El carruaje se sumergió en el camino con un sonido a madera y hierro. La Muerte adelante se perdía ya en los recodos del sendero. Iba veloz y les ganaba distancia. El bagual que montaba no conocía demoras, sus cascos golpeaban el piso y encendían chispas ciegas a cada golpe. El bagual que montaba nunca había llegado tarde a una cita. La Muerte cada tanto volvía su rostro velado para mirar sobre el hombro.
¡Date prisa Dubinet! Demandaba con voz llorosa y en esa voz retumbaba en sus armónicos el nombre que nadie recordó jamás. ¡Date prisa! Déjame atrás sepultada en el polvo que levantan las ruedas de tu carruaje.
-¡Más rápido! –exclamaba Dubinet.
- Pero los caballos…
- Ya descansaran lo que quieran. ¡Más rápido!
- ¿Qué sucede? –preguntaba Hernández lleno de inquietud.
Dubinet no respondía. Sus ojos buscaban en la lejanía un bagual que no podían ver. Hacia un costado las altas torres aullaban en humo a las alturas. Las aves volaban y se escondían entre los pliegues del firmamento, las aves conocían a La Muerte y podían distinguir su galope como los distinguían las alimañas y los árboles.
-¡Más rápido!
Las arañas y las serpientes se refugiaban en los huecos de la tierra y masticaban en su secreta lengua la inquietud que les provocaba el galope.
En un recodo del camino, Lauro movía los brazos con la intensidad del grito que se negaba a lanzar, muy cerca de un tordillo montado por otro mocoso. Detuvieron el carruaje.
- ¡Llegaron a casa de los Ávalos! –dijo el pequeño entre jadeos. –Se Adelantaron, patrón
-¿Hace cuánto?
- Muy poco, patrón –respondió quien Dubinet reconoció como Esteban, montado todavía con los ojos vidriosos y un sesgo de sangre en la ropa- Nos sorprendieron en el escondite. No sé qué pasó con mis primos, patrón. Yo escapé. Los dejé solos. –Rompió en llanto- Tenían armas, patrón. Y sus cuchillos…
- Hiciste bien. Ahora estás a salvo. Guíanos
Para ese entonces La Muerte había dejado atrás el camino ancho y se internaba en una senda aguda que perforaba el cañaveral. La luna la dibujaba vaporosa sobre el suelo, con su poncho ondulando la tierra. Quieta, blanca y fría la luna la observaba galopar la distancia que la separaba de la vida: dos elipses de una senda y un puente que chirriaba sobre el agua muda.
- ¿Cuántos eran?
El carruaje desandaba veloz la distancia.
- No lo sé patrón. Muchos, creo. –la voz cruzaba el viento desde el tordillo al coche.
Hernández y el mellizo habían desenfundado sus revólveres y se incorporaban para mirar lo que el cañaveral tornaba inaccesible a los ojos. Dubinet en cambio parecía reconocer el galope de un bagual que ensanchaba la longitud.
Y había algo de trágico en aquel instante preciso: Las sombras del cañaveral, la estrella blanca en el firmamento, el grito de los árboles y el relincho de los caballos en un lugar velado por la noche.
La última curva del sendero, por el que a duras penas se deslizaba el carruaje fustigado por las ramas de los árboles y las hojas cortantes del cañaveral, les enseñó el puente y más allá el fuego alzándose en cintas hacia el infinito.
No dejaron que el asombro, la impotencia, o la desazón les robaran más tiempo. Abandonaron el coche y atravesaron el puente que dibujó un péndulo sobre el agua, encabritado por el paso de tantos sobre su lomo. Todavía un trecho de senda los separaba del incendio. Todo era luz incandescente, como un faro gigantesco que iluminaba la inmensidad. La Muerte aquella noche dejó sus atavíos de sombra para lucir túnicas rojizas y salvajes que ondulaban con el viento.
¡Fuego!
¿De dónde provenía esa voz timbrada que hacía frente al crepitar de la lumbre? ¿Era uno de los pequeños que de rodillas hacia un costado lloraba al cuerpo inerte de su amigo? ¿Era de los lejanos vecinos que se acercaban a pie o montados surgiendo de la espesura de la maleza? ¿O era acaso La Muerte que había tomado prestada todas esas voces para gritar la palabra que daba nombre al faro?
Dubinet corrió seguido de cerca por los otros hacia la mancha que a unos pasos de los retazos que el fuego dejaba de la cabaña, se había movido un ápice para quedar mustia unos centímetros más allá de las llamas. La pequeña Alcira de los ojos rasgados levantó apenas el rostro para mirar al viejo. Sonrió con una sonrisa apacible y ligera y dijo al fin con lo que le restaba de un soplo:
-Sabía que vendría. –su voz se cortó de repente. Como un hilo al que corta el filo de la tijera.
A unos pasos La Muerte le regaló un suspiro que se filtró por los labios entreabiertos y le llenó los pulmones.
- Santiago… No les dije donde encontrarlo. No dejé que lo supieran
-Lo sé
El agua de unos pocos baldes trataban en vano de deshacer la irrebatible labor del fuego y una quincena de oficiales cruzaba temeroso el puente que separaba un confín de otro. Para Dubinet solo existían esos ojos rasgados, solo la piel de bronce que se desdibujaba lenta en aquel páramo de luz.
- No nos olvide. –dijo aún sonriendo.
La Muerte se acercó con sigilo y le besó los labios. Luego inició la orden con un gesto sencillo: Vamos, pequeña, tu abuela te espera. Alcira observó los colores navegando el horizonte, cintas violáceas, espigas doradas serpenteando el firmamento y la luna. La luna resplandeciente capturada en las ondas del río. Al otro lado de ese puente que había cruzado tantas veces, la abuela la llamaba con un guiño simple. Estaba de pie sonriéndole y moviendo la mano nudosa que navegaba el aire como una paloma. Ligera y vivaz corrió hacia ella. Antes de cruzar el puente miró hacia atrás. La Muerte le regaló una sonrisa y se deshizo en llamas.
Todos los derechos reservados Copyright 2007
Terminos y usos del sitio
Directorio Web de Argentina
Secciones
Portada del diario | Ediciones Anteriores | Deportes | Economia | Opinion|Policiales
Contactos
Publicidad en el diario | Redacción | Cartas al director| Staff