La honorable sociedad para el fomento y el progreso se enseña, aún hoy en día, poderosa y colosal en una esquina de la calle San Martín de la entonces Villa de Aguilares. Sus muros blancos se elevan hacia las alturas coronados por un sin número de tejas rojizas en perfecta pendiente.
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III
La honorable sociedad para el fomento y el progreso se enseña, aún hoy en día, poderosa y colosal en una esquina de la calle San Martín de la entonces Villa de Aguilares. Sus muros blancos se elevan hacia las alturas coronados por un sin número de tejas rojizas en perfecta pendiente. Quien haya tenido la dicha de pasear por aquella esquina, no puede dejar de admirar sus balcones de estilo colonial rodeando la estructura, ni sus altas puertas de madera macizas, ni las guardas carmesí que acicalan las murallas blanquecinas. Un portal de dos hojas en el ángulo más exacto anuncia una puerta vaivén que da paso al primero de sus grandes salones. Allí, en ese vasto espacio, el tiempo atesora sonidos y aromas de épocas idas y transporta a quien se acomode en sus sillones al instante en que Basilio Dubinet se dispuso en uno de ellos esperando un café humeante y negro, o tal vez antes. Había sido fundada por un heterogéneo grupo de hombres que conjugaba a representantes de la más selecta aristocracia, con burgueses, trabajadores y comerciantes en un conciliábulo tan único como la propia ciudad. Allí en ese salón, muy cerca de un hogar donde ardía sin vergüenza un fuego rojizo y viril, Dubinet aguardó abandonado a una aparente tranquilidad sólo interrumpida por el crepitar de los leños.
Pasado el mediodía el pequeño Lauro, ante la mirada suspicaz de los domésticos y los habituales comensales, asomó su cabeza por la puerta mayor y se dirigió con paso decidido hasta el viejo Dubinet.
-Bueno ¿Qué sabes?
-Tal como dijo, patrón. El hombre alquiló caballos en la casa de Don Flavio Gonzales justo en la entrada de la Villa y también a doña Ángela Paredes
-Ningún otro
-Ningún otro alquila caballos, patrón
-¿Qué te dijeron?
-Más o menos lo mismo. Que un forastero fue con buen dinero por cuatro monturas para realizar un viaje en busca de un ganado perdido y que pasaría por ellos a las diez de la noche. Pagó por adelantado y dio el nombre de Basilio Dubinet
-Muy bien. ¿Y le has dicho a tus amigos que mantengan esas casas vigiladas?
-Sí, patrón. Están ahí ahora mismo
-¿Y a la noche?
-Haremos turnos. El que primero vea que van por los caballos dará la alerta
-Muy bien. Pero no creo que vayan por ellos
-¿Y entonces para que los alquilaron?
-Para distraerme. ¿Enviaste a que vigilen la casa de los Ávalos?
-Sí, patrón. Hace una hora que mi primo Esteban y dos amigos están ahí. Les he dicho que lleven la caña de pescar para mantener las apariencias.
-Buen chico. ¿Y si sucede algo?
-Esteban llevó el tordillo y monta mejor que nadie. Estará con nosotros en un segundo si tiene que informar algo
-¿Y los otros?
-Se quedarán vigilando hasta que vayamos con ellos
-¿Alguien reconoció al forastero?
-No
-¿Y hay alguna pista de donde está?
-Uno de los muchachos le siguió los pasos un tiempo. Lo encontró cerca del camino que va hacia el sur. Estaba fumando, me dijo, con toda tranquilidad. Luego empezó a caminar y antes de que pudiera darse cuenta se metió en el cañaveral y le perdió el rastro. No quiso seguirlo por ahí. Los cañaverales son lugares que…
-Hizo bien. Son gente peligrosa, Lauro y astuta. Que guarden la distancia y se mantengan seguro eso es lo más importante
Se quedó un instante pensativo mirando los ventanales. Allí en esa posición precisa, pareció que su mente había dejado su cuerpo olvidado en el sillón. Cuán lejano parecía ahora el tiempo en que fuera Jefe de la policía, qué distante la mañana en que se lo mandó a llamar con celeridad al número 238 del pasaje Bertrés, el momento en que sus ojos dieron con el cuerpo de Oliverio Puebla, con esos labios finos, ese cabello castaño derramándose hasta los hombros y el orificio en la frente, inquebrantable signo de un asesinato que seguía sin resolverse. Y aunque la distancia geográfica y temporal se ensanchaba, aunque los sucesos se atropellaron desde aquel 14 de mayo, la imagen del muchacho persistía en su mente, fiel, reclamándole con voz muda su esclarecimiento. La verdad lo eludía. Una verdad, que según la abuela, otros buscaban, con otros fines. Regresó al mocoso tratando de sonar lo menos parco posible:
-Buen trabajo, Lauro. ¿Ya comiste?
-No, patrón
Dubinet llamó golpeando la palma de las manos.
-Sírvele al chico lo que quiera. Y me preparas dos docenas de empanadas y las envuelves. –y volviéndose al niño con un guiño cómplice le dijo en voz baja- Tus amigos deben tener hambre también
-Gracias, patrón. ¿Entonces usted cree que algo va a suceder esta noche a las diez?
-Será antes, Lauro. Antes, estoy seguro y por ello mismo hay que estar preparados. Ahora pide lo que quieras, que con el estómago vacío no me servirás de mucho esta jornada
Y ya no habló más.
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