Bifes de chorizo de vaca clonada, “sopas biológicas” destinadas a reemplazar tejidos u otros órganos, bacterias que trabajan para la industria, o combustibles producidos a partir de celulosa. Esos y otros ejemplos aparecen a diario entre las noticas que difunden los medios, provocando cada vez menos sorpresa en un público, que parece haberse familiarizado con los avances de la biotecnología. El biotecnólogo argentino Alberto Díaz plantea este y otros temas en “La revolución silenciosa. Biotecnología y vida cotidiana”, un libro recién editado por ’Capital Intelectual’ que busca “echar luz en la confusión generalizada”.
Agencia CyTA-Instituto Leloir
El estudio del metabolismo de las bacterias de los intestinos de las termitas para desarrollar tecnologías de producción de energía a partir de biomasa, bifes de chorizo de vaca clonada, la selección de embriones para la fertilización in vitro, la clonación, las células madre y el crecimiento físico de Leonel Messi, son algunos de los tantos temas que aborda el científico Alberto Díaz en su libro “La Revolución Silenciosa. Biotecnología y vida cotidiana” (Editorial Capital Intelectual).
A través de esta publicación, Díaz que es químico y director del Centro de Biotecnología Industrial del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), introduce al lector no especializado en el mundo de la biotecnología y su impacto en la vida cotidiana con un lenguaje ameno y accesible. Para ahuyentar ese aire solemne que suelen tener varios libros, Díaz afirma que su obra puede leerse de varias maneras: “No hay una lógica desde el primer capítulo. No tiene ni comienzo ni fin”.
“La idea original para escribir el libro fue que constantemente aparecen notas, artículos, en los medios gráficos y audiovisuales sobre novedades de las ciencias biológicas que en el corto o mediano tiempo se transforman en biotecnología, es decir, en productos, técnicas, y servicios, entre otras cosas, que pasan desapercibidos salvo para el especialista”, señaló a la Agencia CyTA el licenciado Díaz. Y agregó: “Pero esos resultados están y van afectar fuertemente nuestras vidas, no sólo a nivel personal sino también en los sectores productivos, en la empresas, y en otras esferas de la sociedad. Por esta razón, menciono artículos de los diarios, y luego también de revistas más especializadas, para demostrar los constantes avances a nivel industrial, ya que con cada ‘onda’ de nuevas técnicas, resultados, aparecen nuevas empresas que trasladan lo que sale de las universidades, de los institutos de investigación, a la sociedad, al mercado.”
El futuro que viene
La biotecnología es una tecnología que permite fabricar productos nuevos. “Está muy pegada a la ciencia porque es constante la influencia de esta sobre la biotecnología (y también de ésta sobre la ciencia): pero es un instrumento de producción”, enfatizó Díaz. Y continuó: “Se la define como la utilización de células o sus componentes para tener productos o servicios. Pero el gran salto, y por eso muchos hablan de biotecnologia moderna, comienza a fines de la década de 1970 cuando se comienza a manejar la información genética, y se la puede pasar de un organismo vivo a otro, por ejemplo, de una célula humana a una bacteria para así fabricar insulina; o de un hongo a una célula vegetal para generar plantas resistentes a herbicidas. El tema es que esa tecnología básica que hoy se realiza en centros de investigación hay que llevarla a la producción industrial. Esto significa tener capacidad de fabricar en esa escala, comercializarlos, registrar lo productos, cumplir con regulaciones y usar patentes, entre otras cosas.”
Con el avance de la biotecnología, no solo los medicamentos y los diagnósticos serán muy distintos a los actuales, sino que también es posible que “se logren regenerar algunos de nuestros tejidos y órganos. También tendremos nuevos materiales biodegradables, nuevos alimentos y la fusión cada vez más acelerada de la informática con la biología impactará decididamente en nuestras vidas de todos los días. Quizás en no mucho tiempo sea habitual que se secuencie el genoma de cada persona para saber si somos potenciales portadores de alguna enfermedad, entre otras innovaciones científico- tecnológicas”, subrayó Díaz.
Biotecnología y derechos humanos
Otro de los temas abordados por Díaz se refiere al buen o mal uso de la biotecnología. “Puede emplearse para controlar a las personas y aumentar la discriminación, pero también puede favorecer los derechos humanos y traer beneficios sociales si se ejerce con respeto a las personas”, subrayó Díaz quien en su libro destaca el trabajo de las Abuelas de Plaza de Mayo cuya demanda e intercambio con científicos desencadenó el desarrollo de una técnica para la identificación de los niños sustraídos de sus padres detenidos desaparecidos durante la dictadura militar.
Para eso era necesario crear un método que estableciera el parentesco utilizando los marcadores genéticos de los posibles abuelos y otros parientes colaterales. “La técnica, denominada ‘Reacción en Cadena de la Polimerasa’, que permite secuenciar el ADN mitocondrial (heredado por la madre) llevó a que se pudieran identificar hasta el día de hoy más de cien nietos en base a la existencia de un solo familiar”, indicó Díaz. Y agregó: “El accionar de las Abuelas es una de las grandes contribuciones que se han hecho a la ciencia y la tecnología en Argentina. Es un modelo de trabajo para tener en cuenta dado que fue la demanda social la que llevó a tener esa tecnología llevada a delante en cooperación internacional entre investigadores argentinos que estaban exilados, otros latinoamericanos también exilados e investigadores de Europa y Estados Unidos.”
Del laboratorio a la gente
Entre otras muchas figuras destacadas de la ciencia internacional y nacional Díaz menciona al doctor Enrique Belocopitow a quien describe como “un científico siempre preocupado por que se aplique y se use la ciencia como una base para el crecimiento de nuestro país.”
Belocopitow, que fue discípulo de Luis Federico Leloir, dejó de lado su trabajo con las enzimas y “dedicó sus últimos 25 años a difundir la ciencia a través de los medios de comunicación, a sacarla del ostracismo y ponerla al nivel de todos. Es algo parecido a lo que pretendió Galileo Galilei con su pequeño telescopio: llevar las estrellas a la mesa familiar. Así fue que ‘Belo’ trabajó y luchó hasta conseguir financiamiento para crear becas y cursos donde formó generaciones de periodistas científicos que hoy están escribiendo en muchos medios del país y del exterior”, señala Díaz en su libro en el que describe a Belocopitow como “un excelente profesor, de esos que ponen nerviosos a los estudiantes porque los hacen pensar; aprendíamos de él hasta en los exámenes.”
Asimismo, destaca que Belocopitow –creador del Programa de Divulgacion Científica y de la Agencia de Noticias Científicas y Tecnológicas del Instituto Leloir – era un entusiasta y motivaba a los estudiantes con talento. “Así fue como a principios de la década de 1980, cuando yo estaba comenzando a dirigir un proyecto de biotecnología en la industria farmacéutica nacional, Belo me insistió para que me entrevistara con Jorge Sabato (físico argentino que propuso lo que hoy en día se conoce como el “Triángulo de Sábato” que consiste en un modelo de política científico-tecnológica que articula el sector científico, productivo y estatal) y comprobé que Sabato era, como Belo, un hombre excepcional. Era sencillo, brillante, porteño, enemigo de la ‘chantocracia’ nacional. Él me ayudó a entender ‘las fábricas de tecnología’, a estudiar con sus diálogos y sus escritos y con sus actitudes de vida. Con Sabato, aprendí también a valorar la tecnología, la innovación, y su relación con la ciencia, con la comercialización y con las personas, entre tantas otras cosas”, concluyó Díaz en su entrevista con la Agencia CyTA.
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