No puedo levantarme. No puedo ir a un baile. No puedo comer… Hay un montón de no puedos", dice Jorge González, y le barre la tristeza.
Es 2009, y la Confederación Argentina de Basquetbol acaba de llevarle a El Colorado, un pequeño pueblo de la provincia argentina de Formosa, una nevera, un televisor, algunos medicamentos.
Hoy Jorge apenas puede fingir una sonrisa: acaba de empezar con un tratamiento de diálisis para combatir la diabetes y es consciente de que su decadencia no tiene fin. Camino de cumplir 44 años se está acostumbrando a mirar a la gente a los ojos. A la altura de sus ojos. Ya no puede levantarse de su silla, y aquel gigante de 2,30, aquel internacional argentino, aquel viejo deseo de los Atlanta Hawks, aquel ex luchador de la World Wrestling Federation es hoy un hombre derrotado por la gigantoacromegalia, la dolencia que es causa de su diabetes y también de su desmesurado tamaño: nunca dejó de segregar hormona del crecimiento.
Su historia empezó cuando amanecía la primavera argentina del año 1982, y por pura casualidad. Un bar, un hombre con contactos en un club de baloncesto que pasaba, no se sabe bien por qué, por un pueblo perdido de la mano de Dios y un adolescente de 16 años y 2,18 de altura. Y con una rara coordinación, conseguida recogiendo algodón para su pauperizada familia de cuatro hermanos. Al cabo de dos días dejaba El Colorado para aprender a jugar al baloncesto en el Hindú Club de Resistencia. En apenas tres años salto al Cañadense, al Gimnasia y Esgrima de La Plata, al Torneo de Navidad que organizaba el Real Madrid.
Aquel 24 de diciembre de 1987, en Madrid, sucedieron dos cosas: una habitación de hotel, champán y la nieve cayendo lenta sobre la Castellana regalaron a Jorge la noche más feliz de su vida. Y en otro punto de la ciudad Richard Kane, representante de los Atlanta Hawks, llamaba con urgencia a Georgia: creía haber visto al jugador del futuro.
Era un gigante coordinado de 2,30: nadie le preguntó jamás si le interesaba el baloncesto. Todos lo dieron por supuesto.
Y, realmente, no le interesaba.
Seis meses después, Atlanta Hawks le seleccionaba en el Draft de la NBA. Le garantizaron un contrato para la temporada 1989-1990 si perdía peso. Le prepararon un programa específico de entrenamiento. Mike Fratello, técnico de Atlanta, se desvivió para favorecer su progreso: aquella atalaya de 2,30 era lo que necesitaba su equipo para hacer frente a Olajuwon, Ewing y Robinson, los pívots llamados a dominar los 90. Y ya contaba con Dominique Wilkins, quizá la réplica más perfecta a Michael Jordan.
Pero cuando llegó el verano de 1989, a Jorge González ya no le interesaba el baloncesto, sino otro de los negocios del propietario de los Hawks, Ted Turner: la lucha libre. El circense wrestling.
Fratello nunca pudo asumir que el jugador con el que quería apuntalar un equipo campeón prefiriese disfrazarse sobre un cuadrilátero. Pero Jorge tenía sus motivos. Más dinero. Más rápido. Con menos esfuerzo.
Realmente, no le interesaba el baloncesto. Pero tampoco la lucha libre.
Con 600.000 dólares garantizados durante tres años, el pívot Jorge González pasó a ser The Giant. El Gigante. Entre 1990 y 1993 se enfrentó a las primeras espadas del wrestling: Sid Vicious, Ric Flair, The Undertaker. Se hizo cada vez más popular, al punto que participó en un capítulo de Los vigilantes de la playa. También –no trascendió hasta mucho más tarde- padeció un coma diabético poco después de la muerte de su madre. La gigantoacromegalia ya había hecho acto de presencia. Además, tuvo que quedarse más tiempo del previsto en El Colorado por un asunto familiar. La WCW del implacable Turner encontró un motivo para el despido del luchador, cuya salud empezaba a convertirse en un problema. El magnate, de paso, se ahorró así 350.000 de los 600.000 euros prometidos.
The Giant disputó alguna pelea suelta más, particularmente en Japón, pero tras sufrir una lipotimia en un combate, regresó a Argentina. Con 30 años, su carrera como baloncestista era un recuerdo, y su pasado como luchador, algo olvidado.
Desde entonces, han pasado 16 años. La gloria del pasado -la selección, la popularidad, aquella foto con Pamela Anderson- se acabó. También el dinero. Jorge sobrevive a la ruina a duras penas mientras su enfermedad le limita cada día más. Por eso, cuando se le pregunta qué le pediría a la vida no duda, no puede durar: "Salud. Un poco de buena salud".
Fuente La Vanguardia
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