Un policial inteligente que no da respiro. Avanzó con pasos cortos, la mirada fija en los adoquines y el bastón marcando una cadencia parca que se repitió muchas veces hasta que se detuvo en la vereda de enfrente del número doscientos treinta y ocho....
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(Novena Entrega)
I
Avanzó con pasos cortos, la mirada fija en los adoquines y el bastón marcando una cadencia parca que se repitió muchas veces hasta que se detuvo en la vereda de enfrente del número doscientos treinta y ocho. El Fiscal lo seguía de cerca, tratando de disimular una ansiedad que lo desgarraba todo por dentro y un poco por fuera; atrás del Fiscal, Hernández y luego González y luego los demás uniformados en un cortejo sometido a los pulsos del bastón.
- Una silla. -dijo Dubinet que parecía negarse a entrar en la residencia.
Le trajeron un taburete de madera. Se dejó caer sobre él, apoyó las manos sobre el bastón, tal cual lo hiciera momentos antes en el patio interno y apretó los labios. El viento, frío, les acercó una tímida llovizna y una neblina dura. El pasaje, repentinamente, era un páramo, un túnel de estaño en el que todo parecía volverse reflexivo. Allí, sentado en el pequeño taburete, Dubinet escondía en su silencio las respuestas a los enigmas que había enunciado minutos antes, se las escondía al Fiscal que apretaba las manos dentro de los bolsillos de un sobretodo negro, al resto de los oficiales que habían olvidado los cigarrillos entre los dedos, a su fiel Hernández escoltándolo, e incluso a los mellizos Dosantos, camuflados entre los árboles, lejos del resto. ¿Qué sería lo primero que diría aquella voz austera? ¿Qué misterio sería el primero sobre el cual echaría luz? ¿Por qué permanecía todavía mudo?
- ¿Y bien? -gruñó el Fiscal dejándose vencer por la impaciencia muy a su pesar.
Dubinet le obsequió una mirada de reojo. Tomó aire para darse fuerzas. Era tiempo de hablar. Hubiera preferido que Hernández lo hiciera por él, o cualquier otro, tal vez hubiera sido mejor entregarle su libreta al Fiscal y evitarse ese momento, pero el Fiscal no habría entendido una sola letra. Tomó aire de nuevo.
- Es importante saber que este asesino nos lleva una ventaja considerable, señor Fiscal, ventaja que se vuelve a cada minuto más grave y que la sucesión lógica de los eventos que habrán de producirse esta tarde, hará mayor todavía
- ¿Qué hechos?
- Los que desencadenará usted
- ¿Yo?
- Es indudable que este asesino ha planeado todo esto con anticipación y que existe en este plan un conocimiento absoluto de la idiosincrasia de la policía local, de su manera de actuar y de su metodología de trabajo, (tenemos que llamar de algún modo a lo que sus subalternos han hecho hasta ahora) y que esto ha permitido que sus designios se lleven a cabo sin ningún obstáculo. Era necesario, para que este montaje meticulosamente preparado funcionase, la colaboración de usted, señor Fiscal, o la del Fiscal de turno
- ¿Mi colaboración? ¡¿Qué demonios insinúa?!
- Que el asesino contaba con que la policía cayera en la trampa, se dejara convencer por la teatralidad de esta fabricación y tomara, por lo tanto, un camino equivocado en la búsqueda: el camino que él supo desde un comienzo se iba a tomar. Verá, señor Fiscal, el éxito de este plan dependía de un movimiento sencillo, de una sola palabra: extraordinario
Aguijedo carraspeó, pensó en interrumpirlo. Dubinet levantó un dedo, uno solo y eso bastó para callarlo.
-¿Cómo fue posible que alguien haya logrado salir de una casa perfectamente cerrada por dentro? ¿Qué artificio extraordinario le dio la posibilidad de llevar a cabo un hecho así? Si esa pregunta pasaba a un segundo plano, si el trabajo se hubiese concentrado en los motivos por los que se disparó a un muchacho de veintidós años, este plan hubiera zozobrado. Pero no fue así. Y mientras usted se regocijaba con su misterio de recinto cerrado, él, en liberad de acción, borraba cuidadosamente toda pista que pudiera acercarnos a la verdad. Con qué satisfacción debe haber observado el modo en que se cumplían sus designios. Con qué entusiasmo debe haber leído sus declaraciones en la prensa reafirmando la maravillosa sencillez de su plan
- ¡Le advierto que se está pasando de la raya, Dubinet! Después de todo no hace sino dar vueltas al asunto sin ir al grano. ¿Sabe usted cómo pudo escapar el asesino de la casa?
- Sí
- ¿Cómo?
Los otros, que se habían acercado unos pasos, moldeaban un semicírculo alrededor del taburete.
- ¿Cómo se las ingenió para matar al muchacho, cerrar la puerta por dentro y salir del lugar? ¿Cómo? -continuó Aguijedo en voz muy alta, melodramático.
- Como cualquier persona: con la llave
Todo quedó estático: El semicírculo de uniformes azules levemente inclinados hacia adelante para escuchar la voz seca y tenue de Dubinet, el Fiscal a su lado, los mellizos Dosantos un poco apoyados en el naranjo otro poco escondidos, el desorbitado Hernández.
- ¿Me está tomando el pelo?
- No, señor Fiscal. La noche del catorce de mayo Oliverio Puebla regresó a su casa luego de haber departido junto a sus amigos. Cuando llegó frente a la puerta de calle del número doscientos treinta y ocho fue abordado por el asesino. Es posible que el homicida haya tenido un cómplice, no deja de ser una especulación, pero los hechos posteriores me llevan a creer que existen pocas posibilidades de equivocarme a este respecto. Me lanzo a especular también que le apuntó con un arma de fuego, la misma con la que más tarde le daría muerte y lo obligó a entrar. Una vez adentro charlaron y uno de ellos tomó coñac de una copa que no lavó correctamente. El homicida sin dudas, no es probable que el joven tuviera deseos de beber a esas alturas. Después de esto sucedió el asesinato. Oliverio Puebla fue muerto en el sillón doble, si se observa con atención podrá descubrirse restos de sangre que se escaparon a la minuciosa limpieza posterior del criminal. Luego comenzó el montaje
- ¿Pero qué diablos tiene esto que ver con el recinto cerrado?
- Todo, señor Fiscal. Era imprescindible que el cadáver fuera depositado justo en el lugar donde la luz se filtra a través de una ventana, para que cayera sobre él como sobre un decorado teatral al que se quiere revalorizar; era imprescindible que todo estuviera ordenado y limpio para que lo único verdaderamente importante fuera el modo en que el asesino pudo escapar de una casa que quedó cerrada por dentro
“Una vez que el crimen ha sido cometido, él único enemigo de temer para el asesino es el tiempo, de ahí la teoría de que un cómplice lo asiste. Todo ha sido planeado con antelación, conoce la disposición de la casa, la ubicación de los objetos, los canales de iluminación. Es indudable que ha estado ahí antes, ha visitado ese lugar más de una vez para poder tener un conocimiento preciso del escenario donde desarrollará su comedia. Una vez borrada las huellas que revelan su presencia y depositado el cadáver bajo el haz de luz -pieza indispensable para su drama- toma la llave de Oliverio y la coloca en el piso a unos centímetros de la puerta. Él sabe que cuando la policía trate de derribarla pensará de manera categórica, que esta se escapó de la cerradura debido a los golpes. No se equivocó
- ¡La llave estaba puesta! -exclamó Aguijedo fuera de sí- Hernández miró por el ojo de la cerradura y comprobó que la llave le bloqueaba la visión.
- Observó que algo bloqueaba la visión, señor Fiscal, y asumió que ese algo era la llave. ¿No se da cuenta? -silencio- Me explicaré mejor: Luego de dejar la llave de Oliverio en el piso, colocó un pequeño rectángulo de tela cubriendo la cerradura, con la ayuda de un alfiler clavado a la madera justo sobre el cerrojo. Apenas adherido, caería al mínimo golpe de la puerta. Fue eso y no la llave, lo que le impidió a Hernández ver más que sombras, la llave estaba en el piso. Cuando la puerta cediera, cuando comenzara la investigación, ¿Quién iba a prestarle importancia a un retazo de género negro y a un alfiler? Plan simple, pero eficaz
“Concluidos los detalles, sale de la casa de Oliverio Puebla y cierra la puerta asistido por una segunda llave que posee desde el principio, quien sabe cuantos días antes. El drama está montado, queda sólo el arribo de los espectadores: una inmensa y apabullante fuerza uniformada, un monstruo burocrático e ignorante, que se convertirá casi en su colaborador
- ¡Diablos, Dubinet! Olvida usted que es parte de ese monstruo. Además…bien… Es ridículo, hombre. Dígame ¿Qué le impidió al asesino teniendo la llave esperar al muchacho en el interior de la casa?
- Todo, señor Fiscal. Si alguien lo hubiera visto entrar solo no habría tenido modo de montar su misterio de cuarto cerrado. En cambio, si por casualidad un ocasional testigo lo hubiese visto apuntando un arma al muchacho y obligándolo, o simplemente entrando con él, reforzaría su bien pensado plan
“Su extraordinario misterio, señor Fiscal, queda así resuelto, el verdadero misterio, en cambio, permanece oculto.
- ¿Y cuál es ese misterio, Dubinet?
- ¿Por qué Oliverio Puebla fue asesinado? ¿Qué es lo que este muchacho hizo o mencionó que lo condenara a la muerte? Voy a hacer lo correcto le dijo a Teresa el 2 de mayo con una carta en la mano y esa acción determinó su fin
Aguijedo sacudió la cabeza, se frotó el cabello.
- ¿Usted espera que considere esa absurda teoría, comisario inspector?
Dubinet se encogió de hombros.
- Está bien. -dijo el Fiscal luego de una larga pausa- ¿Y cómo sigue esto?
- De un modo lógico, señor Fiscal. La investigación comienza, el drama se desarrolla según el asesino lo ha previsto, hasta que sucede lo inesperado. Alguien encuentra un viejo documento entre otros muchos libros de estudio y papeles y escritos de filosofía, al que el asesino no le prestó atención. Sin embargo, ahí está y puede abatir lo que hasta ahora ha logrado con éxito. Un documento que posee un nombre ansioso por revelarnos algo. Para él es fácil ingresar a la casa, tiene la llave, la policía no cambió la cerradura ¿Para qué iba a hacerlo si el crimen ya había sido ejecutado? ¿Pero cómo entrar sin descubrir su truco? ¿Cómo hacerse con el documento sin que alguien que parece estar tras una pista segura, establezca como certeza lo que tiene ya como sospecha? Montando una nueva comedia, claro: Las pisadas en el muro. Con eso será suficiente
- Suponiendo que esto… que esta teoría suya sea posible. ¿Cómo explica que el asesino estuviera al tanto de la existencia de ese documento?
Dubinet sonrió:
- A través de cómplices, señor Fiscal
- ¿Qué? Usted insinúa…
- Sí
- ¿Ha perdido el juicio?
- No, señor Fiscal. El asesino recibe informes precisos sobre la investigación, y los recibe del modo más lógico, a través de cómplices. Así ha tenido acceso a los inventarios, así pudo disponer que uno de sus colaboradores sea designado en la guardia de la noche en la que él entró a la casa para hacerse con el documento, así supo el momento en que la última víctima iba por su libreta y se encargó de degollarlo frente a nuestras narices. No dudo que para este instante ya ha dado con ella
- Pero esa libreta está en el palacio de tribunales. ¿Cree usted que este criminal puede acceder al palacio?
- No lo creo, estoy seguro. No existe mejor lugar que el palacio de tribunales para establecer alianzas con el crimen. No sé a estas alturas si se nutre de socios fieles u ocasionales confidentes, alentados por una suma que les afloje la lengua y las manos, al tiempo que les adormezca la conciencia
- ¡Dubinet!
- No me venga con pamplinas, Aguijedo. ¡Usted lo sabe mejor que yo! -se atusó la barba el tiempo que le dejó el silencio- Resuelto este tan ensalzado misterio suyo, creo que es hora de que se dedique a lo verdaderamente importante: Un muchacho de veintidós años ha sido asesinado. Alguien le quitó la vida, así, sin más. Lo mató sin miramientos por una razón que desconocemos y se mueve frente a nuestras narices libre e impune, hasta que una voluntad mayor que la suya decida buscar la verdad a cualquier precio, al más alto si es necesario
Basilio Dubinet se levantó del taburete y se alejó bajo la llovizna fría que se colaba entre las ramas de los naranjos, sin volver la vista atrás. Los otros lo siguieron con la mirada hasta que se perdió en la esquina.
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