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16/07/2010 - Libros

"Las dos muertes de Oliverio Puebla", sexta entrega de la novela de Montilla Santillán

n policial inteligente que no da respiro. Basilio Dubinet, sentado en el sillón de dos cuerpos de Oliverio Puebla, leyó a media voz el periódico: "El misterioso crimen llevado a cabo en el pasaje Bertrés se remonta al 14 de mayo. ¿Qué es lo que se sabe? Nada".

Para seguir la novela ingrese a http://guillermomontilla.wordpress.com

Preguntas

(Sexta entrega)

II

Basilio Dubinet, sentado en el sillón de dos cuerpos de Oliverio Puebla,  leyó a media voz el periódico:

El misterioso crimen llevado a cabo en el pasaje Bertrés se remonta al 14 de mayo. ¿Qué es lo que se sabe? Nada.

 Teresa, la mujer que hacía la limpieza en la casa de Oliverio Puebla, declaró hace poco tiempo ante el Fiscal. Gentilmente el doctor Aguijedo nos acercó algunas impresiones de esta declaración: “La buena Teresa –nos dijo- describe al muchacho como un joven de hábitos simples y de trato agradable. Recalcó muchas veces lo bueno que era con ella e incluso su generosidad y buen genio.”

Más tarde pudimos dar con Teresa X quien corroboró lo dicho por Aguijedo. “No tengo más que agregar. Era un chico bueno, así de simple. El mejor patrón que tuve en mucho tiempo, de esos que meriendan con una sirvienta en la misma mesa, no sé si me explico. Y escuchaba, sabía escuchar a la gente.” Sobre sus amistades agregó: “No tenía muchos amigos, Ignacio y Laura, buenos chicos a su manera, aunque un poco presumidos. Iban a visitarlo de cuando en cuando y se quedaban charlando sobre cosas que nunca entendí muy bien hasta muy tarde. No había nadie más que visitase la casa del pasaje Bertrés a excepción de ese tío suyo. El hombre venía una vez al mes y no entraba en la casa. Nunca puso un pie dentro, lo juro. Se quedaba con él en la acera y allí hablaban un rato corto. Ahora que caigo en cuenta, no sé ni siquiera su nombre, y como él no lo mencionó jamás… Una sola vez descubrí por accidente que este tío le daba un sobre. Debe haberlo hecho otras veces, porque encontraba cada mes un sobre idéntico, pero solo esa vez lo vi entregándoselo en la mano.”

Pero ¿Qué es lo que se sabe sobre este tío suyo? Ninguna cosa. Ni hay información sobre otros familiares de la víctima. ¿Y sus amigos aportaron algo esta investigación? No.

Teresa X  recuerda un episodio particular acontecido los días previos al crimen. “Estaba un poco ansioso. –nos dijo- Se me ocurre que tenía que ver con esa carta que escribió y envió el 2 de mayo. No sé para quien era, pero lo mantuvo preocupado un tiempo hasta que se decidió a escribirla. Ese día antes de salir le pregunte a donde iba y él solo me respondió a hacer lo correcto. Después de eso es que se puso ansioso.”

Ninguna pista más se presenta para esclarecer el misterioso crimen del pasaje Bertrés y según declaraciones del Fiscal, las chances de resolver un enigma de tal magnitud solo están al alcance de un caballero como C. Auguste Dupin.

Las posibilidades de que la justicia pueda resolver este misterio de cuarto cerrado, por tanto, son escasas o nulas. Y la Justicia se jacta públicamente de esa imposibilidad.

- A donde nos movemos siempre la misma sentencia -rezongó Hernández- Estudiante de filosofía proveniente de un pueblo del sur, radicado desde hace dos años en esta ciudad. Un callejón sin salida.

- ¡Vamos,  Hernández! Hay en estas declaraciones más datos de lo que imaginas.

- Pero el Fiscal dijo que…

- El señor Fiscal es un imbécil – le habló Dubinet con ese tono monocorde al que lo tenía acostumbrado.

- Si, jefe. ¿Y entonces qué es lo que sabe usted?

- Que Oliverio recibía la visita de un desconocido.

- Su tío.

- ¿Su tío? ¿Cómo sabes que es su tío? ¿Por la apreciación de la buena Teresa?

Hernández asintió.

- Pues pienso que en eso se equivoca, como pienso que acierta en muchos otros puntos. Una vez por mes una persona cuyo nombre desconocemos se acercaba a hablar con Oliverio. Una vez cada mes, de manera religiosa, durante dos años, amigo mío. Charlaban en la acera ¿Te das cuenta de eso, Hernández? En la acera, a media voz. No digas que esa no es una verdad que busca revelarse ante nosotros. Y en una ocasión, que pudieron ser muchas, este tío misterioso, este desconocido, le dio un sobre. Hay algo ahí, Hernández, algo sin lugar a dudas. Son como piezas de un rompecabezas, piezas aisladas, incompletas, pero piezas al fin y al cabo. Antes de eso no teníamos nada.

- Preguntas es todo lo que encontramos a nuestro paso.

- Eso es lo maravilloso, Hernández, eso y no otra cosa. Si no hay preguntas entonces a qué responder. ¿Entiendes muchacho? El día 2 de mayo, Oliverio Puebla se decidió a escribir una carta. Le llevó mucho tiempo tomar esa decisión. Aquí, posiblemente en este mismo sitio, -Dubinet caminaba lentamente de un lugar a otro y sus ojos lo observaban todo- el muchacho se decidió finalmente a escribir. Una carta que lo puso ansioso. Voy a hacer lo correcto, le dijo a Teresa. ¡Ah! La buena Teresa que nos dejó saber todo esto, Hernández. ¿Qué escribió en aquella carta? ¿A quién se la escribió? ¿Fue hacer lo correcto lo que lo sentenció a muerte? ¿Fue eso, Oliverio? ¿Existe alguna relación entre esa carta y el misterioso tío que te visitaba cada mes? Revisaremos todos tus papeles, Oliverio, lo investigaremos todo, seremos doblemente minuciosos y verás que mi obstinación dará sus frutos, ya verás. Pero eso será mañana, ha sido bastante por hoy. -miró el lugar durante algunos segundos y luego mencionó un poco para sí mismo, un poco para los otros, como si se hubiera descubierto hablando demasiado- Ahora hay que descansar. Lo demás será mañana, la verdad puede esperar unas cuantas horas.

Tomó su bastón, su sombrero y se alejó lentamente.

- Cierra al salir, Hernández. -fue lo último que dijo antes de desaparecer.

Solo la noche supo que a una prudente distancia, un coche escondía en su interior al mismo hombre que había segado la vida de Oliverio y que aguardaba ahora por una nueva acción.

 


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