Lupita tiene 51 años, vive en Madrid y trabaja en la calle. Es prostituta. Llegó a España hace una década, dejando en Ecuador a sus cuatro hijos y a un marido que empezó a golpearla cuando estaba embarazada del primero. Cuando cumplió 40, cansada de tanta pobreza (y de tanto maltrato) decidió vender la única propiedad que poseía en su natal Cuenca: una finca de 50 metros cuadrados que compró durante sus años como obrera en el negocio de la madera. Le dieron el equivalente a un billete de avión a Madrid.
No se despidió de nadie, su marido había amenazado con matarla si la dejaba. Ni siquiera le dijo adiós a Isabelita, la niña que trajo al mundo después de tres chicos. La pequeña tenía sólo tres años, y el hijo mayor, nueve. No tuvo cargo de conciencia por dejarles. "Todo lo que hice, lo hice por mis hijos, pensando en un futuro mejor no para mí, sino para ellos", aclara.
Corría el año 2000 y la prensa informaba de un espectacular auge de la economía española, un PIB en alza, un descenso del paro y un incremento de los sueldos. Todo era positivo. De hecho, nuestro país figuraba en el puesto 35 (de entre 155 naciones) del Índice de Libertad Económica Mundial, y en el quinto, entre los del ámbito europeo. Es decir, con relación a las trabas que imponen los países a sus ciudadanos en materia de actividad económica, España había obtenido un aprobado alto.
Lupita (nombre ficticio) no tenía papeles para trabajar pero pronto consiguió empleo como interna en una casa donde le ofrecieron menos de 500 euros mensuales que, después de haber aceptado, se convirtieron en 400. Mandaba 300 a Ecuador y ella se quedaba con el resto. No se quejaba por miedo a que la familia, conocedora de su situación 'irregular' en el país, la echara. En esas condiciones estuvo trabajando cerca de un año, hasta que conoció a un hombre algo mayor que ella.
Un día, paseando por el centro de Madrid, ese hombre la llevó a una calle con mujeres de diversas edades y razas y transexuales que ofrecían sus servicios sexuales. Le contó cuánto dinero diario hacía esa gente y le aseguró que trabajaría menos y cobraría más de lo que alguna vez ella hubiese podido imaginar. No le costó mucho decidirse.
El lugar que hoy ocupa Lupita en esa calle larga es, sorprendentemente, el mismo de hace siete años, cuando todo comenzó. A plena luz del día, la ecuatoriana ofrece sus servicios a hombres de todas las clases y estratos sociales. Desde chavales deseosos de vivir su primera experiencia sexual hasta padres de familia y maridos de conducta intachable. Hay algunos que hasta se han convertido en asiduos y fieles clientes.
Diez minutos de sexo por 30 euros. Es la tarifa. Al principio, un porcentaje iba a los bolsillos de aquel hombre que controlaba no sólo sus movimientos sino también el de sus demás compañeras de oficio. Con el paso del tiempo, con dinero y mucha valentía de por medio, Lupita se 'liberó' de esa "mala persona" y comenzó a trabajar por su cuenta.
En un día normal se iba a casa con 150 euros en la cartera. En ocasiones, hizo hasta 250 euros en un solo día. Poco a poco, los euros a Ecuador fueron llegando. Sus hijos crecían bien alimentados y bien vestidos. También los de su hermana viuda, que además de sus tres hijos se hizo cargo de los cuatro de ella. Asimismo, la casa de una planta y a medio construir de la hermana viuda creció en altura. Tres plantas fueron suficientes para que los siete niños tuvieran su propia habitación y espacio donde jugar.
Fuente El Mundo
Todos los derechos reservados Copyright 2007
Terminos y usos del sitio
Directorio Web de Argentina
Secciones
Portada del diario | Ediciones Anteriores | Deportes | Economia | Opinion|Policiales
Contactos
Publicidad en el diario | Redacción | Cartas al director| Staff