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02/07/2010 - Libros

"Las dos muertes de Oliverio Puebla", cuarta entrega de la novela de Montilla Santillán

Un policial inteligente que no da respiro. El número doscientos treinta y ocho del pasaje Bertrés era una residencia pequeña pero arreglada con buen gusto: Luego de la sala, un comedor con dos puertas a izquierda y derecha...

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El Descubrimiento

(Cuarta entrega)

III

El número doscientos treinta y ocho del pasaje Bertrés era una residencia pequeña pero arreglada con buen gusto: Luego de la sala, un comedor con dos puertas a izquierda y derecha. La segunda llevaba a un patio interno adornado por unas pocas plantas a través de una puerta ventana que encontraron cerrada por dentro y con la respectiva llave en la cerradura. La otra puerta conducía a un pasillo angosto que comunicaba con dos habitaciones generosas y al baño. Una de estas habitaciones servía de recámara, la otra estaba vacía a no ser por un escritorio pequeño y un armario.

Dubinet revisó todo meticulosamente. La habitación de Oliverio, su guardarropa, la cama, los cajones, la habitación contigua, el baño, la cocina, el comedor. Todo era observado con precisión, todo parecía adquirir un sentido en aquel rostro impávido, un lugar en esa lógica fría, que estudiaba los hechos con un método exacto al que nadie sino él podía acceder.

Transcurrió una hora entregando con avaricia sus minutos. Después el tiempo devino veloz, para compensar la lentitud previa.

- ¡Extraordinario! Este crimen quedará inscripto en los anales de la historia policial. ¡Extraordinario!

La voz del Fiscal les llegó clara desde el hall de entrada, atiborrada de eses que buscaban húmedas y explosivas emperifollarse de un acento castellano que las evitaba con ahínco.

- Puertas y ventanas cerradas… por dentro. Una víctima de arma de fuego tirada en la alfombra de la sala. ¿Qué diría Dupin de todo esto? ¡¿Qué diría?! -hablaba a su séquito igual que un orador se dirige a la concurrencia desde lo alto de un pedestal- ¿Qué conclusiones tiene doctor? ¿Cómo está Dubinet?

Dubinet le obsequió un movimiento de cabeza. Se consideró generoso frente a las circunstancias. El Fiscal no le devolvió nada, ni una mirada, ni un suspiro, ni una mueca, nada. Eso sirvió de manera irrefutable para que los demás corroboraran lo que ya era sospecha: el Fiscal despreciaba al comisario inspector, lo odiaba en lo profundo y también en la superficie.

- Lo mataron con un arma de fuego, -habló el doctor- un calibre grande. Arriesgaría un 32, pero tendré la certeza cuando ejecute la autopsia.

- ¿Hace cuánto?

- A simple vista, unos cinco días.

- Seis días.-dijo Dubinet.

El Fiscal le preguntó sin volverse:

- ¿Por qué seis días?

- La señorita Ferrás declara haberlo visto por última vez la mañana del 14 de mayo. Este muchacho fue asesinado ese mismo día a la noche.

- ¿A la noche? -el Fiscal trataba ociosamente de seguir el razonamiento del comisario inspector.

- La lámpara -dijo señalándola con el dedo índice- estuvo encendida esa noche, de ahí que ya no tenga combustible y haya consumido la mecha.

- Puede haber sido asesinado días más tarde.

- No. -la respuesta fue seca, categórica, absoluta- El doctor establece a simple vista que el cadáver lleva aquí cinco días, yo le adhiero un día más. No hay espacio para dudas.

- ¿No hay espacio para…?  -gruñó el Fiscal pero al instante le quitó los ojos negros y se los dejó clavados al doctor- ¿Qué opina usted?

- No creo que haya margen de error.-asintió el forense.

El Fiscal apretó la mano izquierda dentro del bolsillo de su sobretodo.

- Correcto, correcto. Pero más allá de esas certezas de escasa importancia lo demás es un misterio digno de Poe ¿n´ est ce pas? -agregó en un mal francés con acento castellano- La puerta de la casa estaba cerrada por dentro. No hay una puerta trasera. La puerta ventana que da al patio interior también cerrada con llave. -cuando hablaba su voz era delatora de un deseo profundo de que ese caso no fuera resuelto nunca, que permaneciera irresoluto eternamente y que su nombre: Emilio Joaquín de Aguijedo, quedara liado al infinito al crimen que no pudo resolverse- Un joven asesinado de un balazo en la frente, porque fue asesinado, de eso no quedan dudas, sin vestigios, ni pistas del arma homicida, ni del modo, la forma, el truco, el milagro, el acto mágico mediante el cual el homicida pudo darse a la fuga. Aquí, en este punto diminuto en el norte de un sur lejano, aquí mismo, un crimen que mantendrá a la prensa del país y posiblemente del mundo, sí, del mundo entero, cautivo hasta el final de los días. -exclamó desde ese podio imaginario- ¡Extraordinario! ¡Extraordinario, sin lugar a dudas! ¿Estamos de acuerdo, Dubinet?

- No.

El silencio repentino fue una bruma espesa que les nubló la vista. El Fiscal lo miró desconcertado, sin tiempo siquiera para que acudiera el enojo.

- ¿Dónde apunta?

- Un examen preliminar, una mirada superficial realizada sobre la escena de un crimen, no es suficiente para establecer teorías, señor Fiscal y mucho menos certezas.

- Pero sabemos ya muchas cosas, la casa cerrada por…

- Y son muchas cosas las que todavía no sabemos.

Para ese entonces la puerta de calle del número doscientos treinta y ocho estaba  atiborrada de periodistas, policías, curiosos y vecinos que habían logrado sortear el vallado ordenado por Aguijón en ambos extremos del pasaje.

- ¿Cómo explica usted la fuga del homicida luego de perpetrar su crimen?

- No la explico.

 ¿Usted no la explica?

- No.

- Pero ¿cómo es eso?

- Pues aún no lo sé. Una investigación minuciosa de todas las incógnitas que surgen de este primer encuentro con el caso, me acercarán algunas respuestas y otras preguntas, que deberán ser respondidas a posteriori y así sucesivamente, hasta que no quede una sola incógnita que contestar, hasta que todo haya sido revelado. Todo, señor Fiscal.

- ¿Incógnitas? Hay una sola. ¡Una! ¿Cómo demonios salió el asesino de esta habitación? -exclamó Aguijón con sus palabras medio castellanas, medio húmedas.

- Insiste en equivocarse, señor.

De nuevo el silencio denso, una vez más el desconcierto.

- Hay otras preguntas, otras muchas. ¿Quién era este joven? ¿Por qué alguien desearía matarlo? ¿Venganza? ¿Celos? ¿Robo? ¿Falta algo en esta casa que pueda inducirnos a pensar que fue ese el motivo por el que el perpetrador llevó a cabo este delito?

- No tiene relevancia.

- ¿Y qué lo tiene, señor Fiscal? Este muchacho aquí presente, este joven aquí, frente a usted, fue asesinado. Alguien decidió arrogarse la facultad de tomar su vida y llevó a cabo su propósito. Eso es lo verdaderamente importante, lo único verdaderamente esencial. La vida que no pudo ser. ¡Qué se queden los otros con sus misterios soberbios de cuartos cerrados! Yo buscaré al hombre que llevó a cabo esta felonía hasta encontrarlo y a través de él a la verdad, o la verdad me llevará a él, no importa en este momento el orden, y entonces todo esto, esta mancha oscura en el presente, nos será revelada.

El viejo Dubinet, el hombre escueto de palabras, se sentó en el sillón, exhausto de tanto hablar, para quedarse sumido en el más aciago silencio.

 


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