El juicio seguido por la Corte Interamericana de Derechos Humanos contra el Estado brasileño por los crímenes de la dictadura militar (1964-1985), y la negativa del país a juzgarlos internamente, destiñen la imagen de esta nación que aspira a convertirse en un nuevo referente mundial.
Por Leonel Plügel para IPS.
"¿De qué forma puede presentarse Brasil como un líder internacional si no es
capaz de juzgar a quienes violaron los derechos humanos de sus ciudadanos en
nombre del Estado?", planteó a IPS Beatriz Affonso, abogada del no gubernamental
Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (Cejil).
Affonso
representa a los familiares de las víctimas de la dictadura que presentaron en
1995 una demanda ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, con sede
en Washington y adscrita a la Organización de los Estados Americanos.
El
caso Gomes Lund, conocido como Guerrilla de Araguaia, fue remitido a la Corte,
con sede en San José de Costa Rica, en marzo de 2009.
En las audiencias
públicas, realizadas el 20 y 21 de mayo en San José, se acusó a las Fuerzas
Armadas de Brasil de detención arbitraria, tortura y desaparición forzada de 70
personas, entre miembros del Partido Comunista y campesinos, en el marco del
operativo "Guerrilla de Araguaia", ocurrido entre 1972 y 1975 en el nortino
estado de Pará.
En el proceso "mostramos" que "Brasil no cumple las
leyes internacionales", dijo Affonso, para quien el país "debe acatar un fallo
desfavorable de la Corte" para no equipararse "al gobierno de Alberto Fujimori
(1990-2000)", quien "se negó cumplir una resolución condenatoria del tribunal"
cuando era presidente de Perú.
Las partes tienen hasta el 21 de junio
para presentar sus alegatos por escrito, tras lo cual la Corte emitirá una
sentencia en un plazo no establecido.
A título personal, Wadih Damous,
presidente de la Orden de los Abogados de Brasil en Río de Janeiro, señaló a IPS
que "debe prevalecer la decisión de la Corte" porque el país "adhirió a ella en
1998 como miembro de la Organización de los Estados Americanos" con el
compromiso de "respetar sus resoluciones".
Desde que Luiz Inácio Lula da Silva asumió su primer mandato en 2003, Brasil
insiste en ocupar un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la
Organización de las Naciones Unidas (ONU).
En este marco, el país ha
jugado un rol protagónico en diversos conflictos internacionales. Las audiencias
del juicio en Costa Rica tuvieron lugar menos de una semana después de que
Brasil firmara con Turquía e Irán un acuerdo sobre canje de material nuclear.
También decidió asilar en su embajada en Honduras al presidente de ése
país, Manuel Zelaya, cuando éste intentó en septiembre retomar su cargo del que
había sido desalojado por la fuerza el 28 de junio.
Para William
Gonçalves, profesor de relaciones internacionales de la Universidad del Estado
de Río de Janeiro, "ese proceso en la Corte Interamericana" no debe ser un
obstáculo "para la proyección internacional" de Brasil porque "sobre todos los
países pesan acusaciones de violaciones de los derechos humanos".
"China
siempre está en la mira de la ONU por ese tema y el presidente de Estados Unidos
(Barack Obama) prometió desactivar la prisión en Guantánamo y aún no lo ha
cumplido", ejemplificó a IPS.
Según Daniel Aarão Reis, profesor de
historia contemporánea de la Universidad Federal Fluminense, "todos los países
que integran permanentemente el Consejo de Seguridad tienen un pasado muy
cercano a la tortura".
"Pueden utilizar un posible fallo en la Corte
Interamericana porque la política diplomática brasileña se muestra como un
alternativa al eje Estados Unidos-Unión Europea como árbitro en conflictos
internacionales", planteó a IPS.
A juicio de Aarão, "la diplomacia de
Brasil siempre manifestó orgullo de su tradición de respetar acuerdos y
decisiones de tribunales internacionales", "pero hay que ver qué postura tendrá
en este caso porque la política del Estado brasileño sobre crímenes durante la
dictadura es de no juzgar a sus responsables".
La Corte Interamericana
también analiza en la misma causa la interpretación política de la Ley de
Amnistía, promulgada en 1979 por el gobierno dictatorial, que sirvió, según la
visión de los militares y de la clase política de la época, para iniciar el
proceso de redemocratización del país.
Los sucesivos gobiernos
democráticos a partir de 1985 mantuvieron la posición de que esa medida sirvió
"como reconciliación" de la partes enfrentadas durante los 21 años de dictadura.
Brasil envió a las audiencias a 20 representantes para defender su
postura de no investigar los crímenes cometidos por agentes del Estado entre
1964 y1985.
"La Ley de Amnistía es de hecho la principal traba legal para colocar en el
banquillos a los acusados de violar los derechos humanos", declaró a IPS
Elizabeth Silvera e Silva, dirigente del Grupo Tortura Nunca Más y testigo en
las audiencias de mayo por la desaparición de su hermano en Araguaia.
El
29 de abril, el Supremo Tribunal Federal (STF), la máxima instancia judicial de
Brasil, ratificó la Ley de Amnistía como garante de reconciliación. "El STF
debería haber hecho una revisión jurídica, no política", opinó Affonso porque
"la Constitución de 1988 garantiza que no prescriben los crímenes de lesa
humanidad".
Para Damous, quien representó en San José a la Orden de
Abogados de Brasil como entidad invitada a declarar, "si la Corte Interamericana
entiende que el Estado es responsable por los crímenes, la Ley de Amnistía
pierde validez".
"Un fallo contrario sobre este tema deja mal parado al
Estado brasileño frente a la opinión pública internacional", completó la abogada
de Cejil.
"El Supremo Tribunal Federal ya dañó la imagen internacional
de Brasil porque al ratificar la Ley de Amnistía avaló de forma implícita que en
Brasil se acepta la tortura", puntualizó Aarão. A través de su departamento de
comunicación, la cancillería de Brasil informó "que no se pronunciará sobre el
tema hasta que la Corte Interamericana no emita un fallo definitivo".
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