Mientras decenas de cámaras de televisión, fotógrafos y periodistas intentan descubrir lo que hacen Messi, Tévez, Mascherano y compañía, a más de 500 metros de distancia un grupo de unos diez niños sudafricanos negros se divierte pateando una pelota en uno de los arcos de la cancha del Club Sport Maritimo, justo al lado del predio donde entrena la Selección.
Para algunos de ellos el fútbol lo es todo: es alegría, diversión, pero también la oportunidad de tener un futuro mejor.
Kgotso Ntjana, capitán del equipo, se define como un “hombre que ama el deporte”. Tiene 13 años, y al igual que sus compañeros, vive en un “township” de las afueras de Pretoria.
“Somos un equipo muy bueno”, dice orgulloso. “Yo juego en la defensa, como Ashely Cole, él es mi ejemplo”, añade. Pero Carlos Tevez es “uno de mis jugadores favoritos”, afirma. Al voltear la mirada hacia los periodistas argentinos, atentos a lo que pasa muy a lo lejos, detrás de unos árboles, Kgotso se emociona con el solo pensar que allí, muy cerca, se encuentran sus ídolos, el más grande de todos, Diego Maradona.
“Maradona, qué jugador”, dice suspirando. “También está Messi”, agrega Suprise, uno de sus compañeros de equipo. Él juega de “9”, y su ídolo es el delantero del Barcelona, al que sigue por televisión siempre que puede. Sueña con jugar algún día en un gran equipo. Aunque sabe que muy pocos lo logran, su amigo Kgotso lo anima.
“Es un gran jugador, hizo 9 goles en los últimos 15 partidos”, apunta con la seguridad de un líder y dándole una palmada en la espalda. También tenemos a Karabo, que juega de delantero. Ambos hacen una pareja muy buena, dice, mientras Suprise sonríe. Karabo se acaba de sumar a la conversación, y el también quiere opinar sobre fútbol.
"¿De verdad que Messi está aquí?", pregunta. Su amigo le responde que si, que por eso hay tantos periodistas, pero Karabo sonríe y luego sale corriendo detrás del balón, más importante y real para él que el mundo que rodea a la selección argentina.
Falta poco para que comience el Mundial y los niños están muy ilusionados. Kgotso, quiere ser comentarista de deportes y ya habla como si lo fuera: “La Copa del Mundo es muy importante para Sudáfrica y para todos los africanos”, asegura.
“Es uno orgullo para nosotros, será algo increíble, y espero que la Bafana Bafana –selección sudafricana- gane”, añade. Lleva puesta una gorra de los Springboks, el equipo nacional de Rugby, y uno de los símbolos de la opresión bajo el apartheid, algo impensable antes de la final de la Copa del Mundo de 1995, que los sudafricanos conquistaron tras vencer a los All Blacks.
Aquel día, el entonces presidente Nelson Mandela se ganó el corazón de la minoría blanca de origen holandés, los afrikaners, al pisar el estadio Ellis Park de Johannesburgo con la camiseta y la gorra del equipo nacional de Rugby.
El triunfo de los gigantes blancos no solo fue una hazaña deportiva, sino también un hecho político, el momento en que todos los sudafricanos se unieron en un abrazo fraternal y se visualizaron como nación. Madiba, como lo llaman en su país, creía entonces, y sigue creyendo ahora, en el potencial que tiene el deporte como factor de unión y reconciliación. Kgotso es prueba de que no se equivocó.
“El fútbol, en Robben Island era más que solo un juego. Era para nosotros un deporte para la supervivencia. Esto ayudó a mantener los valores de tolerancia, inclusividad y reconciliación, antirracismo y paz, que aún hoy tanto queremos”, recordaba hace unos años Mandela.
Como Kgotso, Suprise y Karabo, muchos niños sudafricanos de los barrios marginales encuentran en el fútbol una vía de integración y educación que les permite superar todo tipo de barreras. El fútbol los motiva, les da una razón para superar sus problemas y los invita a soñar con un mundo distinto, donde todos son iguales, como los 22 jugadores que se enfrentan en una cancha de fútbol, con el único objetivo de marcar más goles que el adversario.
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