Coincidieron dos testigos en la última audiencia de la semana del caso La Jefatura. Storni, quien fue vecino, comentó que era frecuente verlo en esa casa al “tuerto” Albornoz, tanto de civil como de uniforme. Además se dieron detalles sobre la causa Ángel Garmendia, un profesor de la UNT que desapareció y nunca más se supo de él.
Las audiencias se reabren el martes.
Dos testigos coincidieron en que el “tuerto” Albornoz luego de secuestrar a Juan Oesterheld y Soledad Arandi utilizó la esa casa para frecuentarse con su amante, María Elena Guerra, una policía que cumplía funciones en Famaillá.
El testigo Jorge Delgado, además, aseguró que lo vio a Oesterheld por calle Crisóstomo en 1975, que se alojaba en el Hotel Petit y que éste le había preguntado por alguna casa para alquilar. Estas declaraciones y algunas otras, enfurecieron a la querellante Laura Figueroa, quien acusó al testigo de mitómano.
En este sentido Figueroa expresó que es imposible que se lo encuentre al matrimonio Oesterheld-Arandi ya que eran militantes Montoneros y estaban en la clandestinidad. Por este motivo pidió que se anule la declaración por falso testimonio.
Pero no todo lo dicho por Delgado parece ser mentira, posteriormente declaró Julio Storni quien era vecino de Oesterheld-Arandi, cuya casa estaba en Frías Silva al 200. El testigo aseguró que en el barrio era vox populi que el “tuerto” Albornoz, jefe de la inteligencia de la policía en aquél entonces, utilizaba la casa para frecuentarse con su amante, la policía María Elena Guerra. Se lo veía con uniforme y de civil, aseguró al igual que Delgado.
Se lo llevaron y nunca más supieron de él
Ángel Garmendia tenía un hijo de 3 y otro de 6 años en junio de 1977 cuando la policía entró a su casa, al mediodía y lo secuestró. Así lo confirman los testimonios de César Garmendia, su hermano, Carmen Perilla, su mujer por aquellos años y de Lidia Sosa quien realizaba tareas domésticas.
Los tres comentaron que lo buscaron por cielo y tierra pero nunca obtuvieron respuestas. César declaró que se entrevistó con la policía provincial, la federal y nadie le dijo nada. Hasta que en 1979 “gracias a la intervención de mi amigo Francisco Sassi Colombres, me consiguió una audiencia con el presidente de la comisión de DDHH de la OEA Vargas Carrera, éste me dijo: la información que tenemos es que de los desaparecidos de la Argentina no queda nadie vivo. A partir de ahí enfrentamos la situación de otra manera”.
Recién en la década de los ’80, César recibió una carta del testigo clave, en este juicio, Juan Martín (declaró meses atrás), desde España donde aseguraba que había visto a Ángel Garmendia, “no recuerdo bien si en el Arsenal o La Jefatura”, relató. La carta, aclaró, quedó en manos de Graciela Fernández Meijide que en el comienzo de la democracia trabajó en la CONADEP “fue mi error darle el original”, dijo.
“Creo que Albornoz secuestró a Ángel”
Expresó la testigo Carmen Perilla, quien era esposa de Ángel Garmendia. Sin embargo aclaró que no puede precisarlo porque no recuerda con nitidez el rostro.
Además, la mujer muy emocionada, tuvo la valentía de evitar el llanto, aunque las lágrimas corrían por su rostro, cuando leyó una nota dirigida a las autoridades de la UNT, firmada por su marido, donde expresaba que no tenía militancia política alguna. “Nunca tuve actividades disociadoras, mi trabajó sirvió para colaborar con la UNT”, narra parte del texto. Ángel había sido cesanteado de la Universidad porque el régimen de facto lo consideraba peligroso para el proceso dictatorial que estaban llevando a cabo.
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