Después del 17 de octubre de 1945 nadie dudaba de la popularidad de Juan Domingo Perón entre los trabajadores y los sectores más postergados del país. Pero era evidente que ese apoyo era políticamente inorgánico. Se hacía imprescindible construir una fuerza propia. El primer paso se dio el 24 de octubre de 1945, cuando unos 50 sindicatos que habían apoyado decididamente a Perón fundaron el Partido Laborista (PL), inspirado en su homónimo inglés que por aquellos años gobernaba Gran Bretaña.
Por Felipe Pignia
En uno de los primeros
comunicados públicos, el partido dio a conocer su apoyo a la
candidatura de Perón y esbozó un programa de gobierno progresista.
Conociendo la potencialidad del apoyo sindical, pero también
comprendiendo que era insuficiente, porque la mayoría de los cuadros
del nuevo partido eran dirigentes gremiales sin experiencia en la
política partidaria, Perón decidió entregarle el segundo término de la
fórmula presidencial al viejo militante radical y ex ministro del
Interior de Farrell, Hortensio Quijano. Su agrupación, la UCR (Junta
Renovadora), logró el reconocimiento de la justicia el 7 de diciembre y
recibió el apoyo de la mayoría de los militantes de FORJA, que
decidieron sumarse a la campaña a favor del coronel.
Pese a la
falta de carisma de sus candidatos José Tamborini y Enrique Mosca, la
oposición nucleada en la Unión Democrática contaba con millones de
pesos, el apoyo de prácticamente toda la prensa, todos los partidos
políticos, la embajada norteamericana, la mayoría de la
intelectualidad, la Sociedad Rural, la Unión Industrial, la Bolsa de
Comercio y la banca privada. Esta displicencia a la hora de elegir la
fórmula era la expresión de un pensamiento peligrosamente optimista de
los hombres de la UD, que sostenían que el coronel era producto de un
gobierno de facto, que su obra sindical y social era fruto de la
coerción y que, en cuanto el pueblo pudiera expresarse libremente, se
demostraría que carecía de real consenso popular.
Del lado de
Perón sobraba el carisma pero no el dinero y se contaba con el para
nada desdeñable apoyo de los sindicatos autónomos, la mayoría de los
cuadros superiores, medios y bajos del Ejército, importantes sectores
eclesiásticos, unos pocos empresarios y millones de trabajadores.
Ambos
frentes eran heterogéneos. La estrecha alianza entre la embajada
norteamericana y el pro-soviético Partido Comunista tenía una lógica
interna hija de aquel contexto histórico. Todavía en 1945, cuando se
conformó bajo el impulso del histriónico embajador norteamericano
Spruille Braden la Unión Democrática, las dos superpotencias emergentes
de la guerra se veían mutuamente como aliadas, recelosas pero con un
enemigo en común: el nazifascismo. La coincidencia en la
caracterización de Perón como "nazifascista" movilizó una alianza que
hubiera resultado imposible apenas un año después, con la Guerra Fría
desatada entre los dos imperios.
Esa caracterización desviaba
con cierta eficacia la discusión sobre la política social de Perón y su
creciente popularidad: minimizaba sus logros, cubría al coronel de
sospechas y lo emparentaba con una experiencia nefasta de la que cada
día se conocían más detalles al difundirse los testimonios de los
sobrevivientes de los campos de exterminio nazis.
Plantear la
discusión en esos términos permitía disimular las diferencias
históricamente irreconciliables entre, por ejemplo, el Partido
Socialista y la Sociedad Rural. Ahora, como por arte de magia, los dos
aparecían embanderados en una causa superadora y humanitaria. Estaba
claro que se trataba de una militancia "anti" y que a ningún componente
de la alianza le convenía pensar seriamente en la toma del poder y en
cómo sería el primer día de gobierno, cuando cualquier medida que se
tomase perjudicaría a alguno de los sectores representados en la
excesivamente heterogénea agrupación.
Del lado del peronismo,
si bien la cosa parecía un poco más coherente, el frente conformado
esencialmente por trabajadores, Iglesia y Ejército no estaba exento de
contradicciones difíciles de superar y que aparecerían tarde o
temprano, en un país con una Iglesia tan conservadora y constituida
históricamente en ideóloga y reserva moral de las Fuerzas Armadas y los
factores de poder.
Por convicción o por necesidades
electorales, el Gobierno se verá llevado a adoptar medidas políticas,
económicas y culturales alejadas de las máximas históricas de la
jerarquía católica argentina, que incluían la sumisión incondicional al
patrón, la negación de la igualdad legal entre los hijos matrimoniales
y los "bastardos", la oposición a la igualdad jurídica entre el hombre
y la mujer y la tradicional desconfianza que le despertaban la
organización y la movilización obrera. Muchos de estos puntos de vista
eran compartidos por los sectores militares más conservadores.
Coincidían con los obispos en ver a Perón en todo caso como el mal
menor, el hombre que garantizaba que la bandera roja no flamearía en la
Plaza de Mayo y el único capaz de vencer a los ateos de la Unión
Democrática.
El 22 de febrero terminaba la breve pero intensa
campaña electoral. El embajador inglés David Kelly hacía el siguiente
análisis de la situación: "El odio histérico de los ricos. y la mal
aconsejada campaña del embajador Braden fortalecieron de tal manera su
dominio sobre las masas que pudo prescindir de cualquier otra clase de
apoyo. Aun cuando su carta de triunfo más fuerte era su propia
popularidad con las masas, sacó inmensa ventaja del hecho de poder
empapelar las paredes con carteles murales cuyo slogan era 'Braden o
Perón', haciendo reaccionar de esta manera la desconfianza
profundamente arraigada de los argentinos hacia los norteamericanos".
El
24 de febrero hacía un calor terrible en Buenos Aires; era una jornada
"bochornosa" como les gustaba decir a los speakers de las radios y
escribir a los redactores de los diarios. Pero lo sería en más de un
sentido para la oposición que descontaba su triunfo. El escrutinio
sería lento, dando márgenes de error y tiempo para declaraciones de las
que no se vuelve. El vespertino Crítica, claramente opositor a Perón
tituló: "Anticípase un aplastante triunfo de la democracia. En todo el
territorio nacional se impuso la fórmula de la libertad".
La
oposición en su conjunto coincidió en que los comicios podían
calificarse como los más limpios e intachables de la historia.
Finalmente, el 8 de abril se difundieron los resultados oficiales:
había votado el 88% del padrón; el coronel había triunfado contra todos
los pronósticos y con todos los medios de comunicación en contra. La
fórmula Perón-Quijano había obtenido 1.527.231 votos y los candidatos
Tamborini-Mosca, 1.207.155. Aunque la diferencia no era muy grande en
términos numéricos, gracias a los postulados de la vigente Ley Sáenz
Peña, Perón obtuvo 304 votos en el Colegio Electoral y la UD sólo 72.
El
binomio peronista había obtenido todas las gobernaciones menos la de
Corrientes, todas las bancas del Senado menos los dos de la provincia
mesopotámica y 109 diputados. La oposición obtuvo 49 diputados. De
ellos, 44 pertenecían al radicalismo y pasarán a la historia como el
"bloque de los 44"; entre ellos se destacarían Arturo Frondizi, Ricardo
Balbín y Ernesto Sanmartino.
Al conocerse los resultados, la
prensa norteamericana reaccionó furibundamente contra el embajador
Braden, cuyo excesivo protagonismo lo había convertido en el padre de
la derrota. La influyente revista Life decía, entre otras cosas: "La
Argentina siempre ha sido nuestro rival por el liderazgo en América
latina. [...] Braden parece haberse equivocado hacia Perón en por lo
menos dos aspectos. Uno de ellos es que Perón se ha apartado
bruscamente de la norma fascista al celebrar elecciones limpias y
libres fuera de toda cuestión. El otro aspecto es que Perón es mucho
más apreciado en la Argentina que lo que Braden o la prensa de los
Estados Unidos estaban dispuestos a admitir en el otoño pasado. Sus
reformas económicas, no muy distintas de las de la primera época del
'New Deal', le aseguraron una enorme masa adicta rural y urbana".
La
lápida de Braden, aquel soberbio embajador norteamericano que violando
el principio diplomático de no intervención en los asuntos internos de
los países se había puesto al frente de la campaña electoral contra
Perón, la escribió el South American Journal en su edición del 13 de
abril de 1946. Allí podía leerse: "Las elecciones argentinas
constituyen la mayor derrota diplomática que ha sufrido Estados Unidos
en los últimos tiempos, y le ha sido infligida por los electores
argentinos".
Publicado el 22 de febrero del 2009 por Clarín
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