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AMPLIARLas familias para ir a la playa estan bien organizadas

Playa y familia en Mardel: cada cual atiende su juego

Cuando una típica familia de turistas va a la playa, hay pequeñas tareas, indispensables para el pleno goce de la jornada, que están tácitamente distribuidas entre sus miembros, como si se tratara de un "Don Pirulero veraniego” en el que cada uno debe atender su juego.

Una de las normas no escritas de esta especie de "Derecho de Familia Consuetudinario Playero”, determina que desde el hotel o el departamento hasta la playa, el transporte de la sombrilla y de la heladera portátil le corresponde al jefe del hogar.

Con la sombrilla apoyada sobre un hombro como si fuera un fusil, el hombre de la casa procurará no desgarrarse el otro brazo, el que sostiene la heladerita a la que el diminutivo le queda chico y que pesa varios kilos en concepto de comida, gaseosa y hielo.

Si el traslado fuera solo hasta el auto no habría mayores problemas, pero si el hotel o departamento estuviera a menos de tres cuadras del balneario elegido, el viaje se hará a pie y la heladerita se transforma, metro a metro, en un refrigerador familiar con freezer.

La esposa llevará dos reposeras (para ella y su marido), y el bolso principal, así definido por su tamaño y porque además de toallas, protector solar y algún buzo por si refresca, en lo más profundo guarda la billetera con los documentos y algo de dinero.

Dentro de ese bolso, o a veces en otro especialmente destinado a tal fin, la mujer transportará el equipo de mate con el termo que no se puede confiar a los chicos, poco cuidadosos; ni al marido, demasiado cargado.

Los niños, sean uno, dos o cinco, llevarán, cada uno, su mochila y su barrenador, que ya no es más de telgopor y ni siquiera conserva aquella denominación: ahora es un "bodyboard”, nombre que parece justificar que lo usen bañistas no tan pequeños. 

También entre los chicos se repartirán los objetos destinados al entretenimiento: pelota, paletas, juegos de tejo, cartas, revistas, diarios y varios otros que podrían llegar a utilizarse en algún momento del día, si éste tuviera 72 horas en lugar de 24.

Ya en la playa, la elección del lugar para establecerse será reponsabilidad de la mujer, no porque el hombre la eluda sino porque llegará sin aliento para discutir.

Una vez elegido el lugar, para lo cual se tomará en cuenta el viento, la trayectoria del sol y la visión que hay de la orilla para vigilar a los chicos, los recién llegados deberán clavar su bandera feudal, o su equivalente playero: la sombrilla.

El hombre, agitado tras el traslado de la copiosa vianda utilizará para clavar la sombrilla una antigua técnica: movimientos giratorios del elemento apuntado hacia el magma terrestre, a la vez que recargará su peso sobre el fierro como si pretendiera llegar a aquél. 

Cuando considere que el caño está suficientemente incrustado en la arena (los expertos recomiendan unos 40 centímetros, 20 más si hay viento fuerte), colocará la parte superior de la sombrilla y la abrirá, formalizando así la posesión de la parcela. 

Mientras tanto, la madre amojonará la efímera propiedad con lonas estiradas y reposeras abiertas, a la vez que pedirá a los chicos, desesperados por ir al mar, una calma que a esa altura ella misma habrá perdido, pero que recuperará apenas termine de instalarse y pueda embadurnarse con bronceador.

Distribuir la comida y la bebida luego del primer chapuzón en el mar, también será tarea de la mujer, mientras que el padre irá postergando con excusas la construcción del castillo de arena junto a los chicos, a orillas del mar, aunque finalmente cumplirá con su obligación, justo antes del mate de la despedida. (Télam).-