Gentileza Revista 2010. De Neustadt a Morales Solá. De Grondona a Magdalena. De Muñoz a Fontevecchia. Un repaso a los iconos del periodismo autoproclamado independiente que supo (y sabe) servir a los intereses más oscuros en nuestro país.
Por Pablo Llonto, publicado en la revista Zoom.
Luego de un breve paso por La Gaceta de Tucumán, redactor del Panorama Político de Clarín en los tiempos de Videla, Viola y Galtieri, Prosecretario de redacción de Clarín (el número dos de la redacción) fue responsable de la sección Política; páginas en donde centenares de hechos de exterminio y fusilamiento de militantes políticos eran “enfrentamientos”. Eran habituales sus tardecitas para “tomar el té” con empinados generales. Fue premiado por quien sería el gobernador de la dictadura en Tucumán (Antonio Bussi) el 22 de marzo de 1976, antes del golpe. En los últimos años intentó tapar el sol con las manos desmintiendo su complicidad. En cuestión de segundos, los memoriosos nos remitieron a la edición del martes 8 de junio de 1976 de La Gaceta. En su página 5, el matutino muestra a Morales Solá, antes de la caída del pelo y de la memoria, compartiendo el agasajo que Bussi ofreció, un día antes, a los periodistas en su día. A todos les agradeció "la colaboración en la lucha contra la subversión” y los exhortó a que “continuaran prestando el mismo apoyo". Meses antes, el 23 de abril, Morales había mostrado lo suyo. En nota de tapa, con su firma, saludó la designación del general Bussi como gobernador porque “conoce el ámbito local y no ignora las necesidades y las urgencias de la provincia”.
Director de la revista Gente (Editorial Atlántida) desde 1976 a 1978. Como resulta imposible describir las más de mil notas favorables a la represión que se escribieron en dicho semanario, bastaría tal vez el ejemplar del 25 de mayo de 1978 para mostrar un Chiche: Gelblung le pidió a Vigil, el dueño, viajar a Francia para cubrir la información que surgía de los exiliados argentinos y de los organismos de Derechos Humanos. Cruzando el Atlántico, se denunciaban la tortura, la desaparición, los crímenes, los centros clandestinos. Gelblung hizo la nota y la tituló “Cara a cara con los jefes de la campaña antiargentina”. Allí denunció a los principales militantes bajo este párrafo: “el terrorismo abrió un frente externo. Y esto que aquí investigamos es sólo una de sus expresiones. Pero el país no está desarmado para hacerles frente. Debe contrarrestar, con la verdad, su arma más poderosa, esa campaña”.
Conductora en radio Continental durante la dictadura, por las mañanas elogiaba a Martínez de Hoz, el ministro de Economía de Videla, habitual analista financiero en los programas previos al golpe. Fue una de las 16 mujeres periodistas que recibió el ministro del Interior de facto, general Albano Harguindeguy, en agosto de 1980, cuando el tema de las violaciones a los Derechos Humanos era el sello característico de los militares en todo el mundo. Llegado el momento, el hipócrita de Harguindeguy se refirió a la censura y la autocensura de la prensa. Magdalena no tuvo otra feliz idea que decirle: “No queremos que usted crea, señor ministro, que éstas son acusaciones en contra suyo. Son simplemente comentarios que le hacemos para que sepa qué es lo que se dice, qué es lo que se piensa”. En junio de 1985, al declarar en el juicio a las Juntas, certificó la teoría alfonsinista de los Dos Demonios al denunciar que había sido amenazada por los Montoneros, por burguesa.
Para muchos, el mayor de los sirvientes de los dictadores. Dirigía las revistas Extra y Creer, saltaba de una radio estatal a otra radio estatal y luego a Canal 13, en manos de los marinos, o al Once (en manos de los pilotos) para vociferar, ante los argentinos, que estábamos en el mejor de los mundos. El programa se llamaba Tiempo Nuevo y tenía, además de la música de Piazzola, el sello de un acompañante que por entonces la jugaba de segundón: Mariano Grondona. Neustadt elogiaba a Videla, a Viola, a Galtieri (una de sus entrevistas fue en el despacho del general del whisky y la muerte, para sonreír con él por aquella frase de “las urnas están bien guardadas”) y a cuanto uniforme verde se le cruzara en el programa. Fue impecable en su ignorancia y en su mentira. Ni siquiera en la guerra de Malvinas calló su ultraoficialismo y comandó el lote de animales que gritaban “estamos ganando, estamos ganando” mientras los soldados morían.
La jugó de copiloto de Neustadt en la televisión estatal de los militares. Pero el sostén brindado a ellos, con quienes compartía ideología y crímenes desde los ‘60, se concretaba en las revistas Carta Política y en diversos diarios. En alguno de ellos (El Cronista Comercial) usaba el sinónimo de Guicciardini. Para Grondona, apoyar a los dictadores era cuestión de piel. Profesor de la Escuela de Guerra, abrazador oficial de Martínez de Hoz y de los liberales, su catedrática pluma lanzaba párrafos como estos: “Nuestra revolución consiste nada menos que en la aparición de un orden en medio del desorden (...). Sólo los que han bebido hasta el fondo el cáliz del desorden sabrán apreciarla”.O aquellos del 12 de septiembre de 1979, mientras la Comisión Interamericana de Derechos Humanos visitaba cárceles y tomaba denuncias: “Por creer que el derecho a la seguridad es un derecho humano que el Estado debe proteger, los argentinos recibimos hoy la visita de la CIDH. Esto es lo malo. Que están aquí precisamente porque somos derechos y humanos”. Su coherencia se exponía también en la revista Visión, financiada por el dictador nicaragüense Tachito Somoza.
Su popularidad estaba ligada al fútbol. Y a radio Rivadavia, la radio Diez de aquellos años. Convertido, por propia boca, en el “Relator de América”, demostró que ser chupamedias era la razón de su vida. Montó una estructura de móviles y conexiones por las que siempre hablaba un brigadier, un mayor o un cabo de la policía. Basta verlo en la película La Fiesta de Todos, propaganda repugnante del Mundial 78, o escucharlo en las grabaciones ocultas del Campeonato Juvenil de 1979 para ver cómo operaba este buen amigo del general Camps.
Formaba pareja con Juan Carlos Pérez Loizeau en los mediodías de Canal 13. El programa se llamaba Realidad 82, y allí no faltaban consejos paternalistas, recetas de cocina, y muchos, pero muchos, comunicados oficiales de los gobernantes de turno. Los silencios sobre las marchas de las Madres o las movilizaciones de los trabajadores eran permanentes, bajo un clima de continua amabilidad en un país, para ambos, que no tenía problemas. También de triste rol en los meses de Malvinas, logró alternar sus amigables contactos como periodista de Clarín en temas militares (especializado en los avatares de la Fuerza Aérea) y la imagen de columnista que bregaba por los derechos de los jubilados.
Estrella de la TV en aquellos años, fue valorada por dirigir un pasatiempo llamado Mónica presenta, programa que le permitió recorrer buena parte del mundo con notas divertidas y con agregados políticos que le daban cierto interés. No ocurría lo mismo cuando regresaba a la Argentina y gracias a su alto rating lograba convertirse en pieza importante para las convocatorias contra exiliados y organismos de Derechos Humanos. Brilló en mayo de 1979 cuando encabezó el llamado a los argentinos para que se subieran a un avión y viajaran a Italia a contestarles a los hombres y mujeres que habían alzado carteles y pancartas contra la dictadura en un partido de la selección. Su nombre figura en el Documento del Estado mayor Conjunto (punto 5.1 Comunicadores clave) dado a luz por el colega Martín Sivak en el libro El Doctor. Allí se lee: “Enrique Llamas de Madariaga, Julio Lagos, Magdalena Ruiz Guiñazú, Roberto Maidana, Mónica Cahen D’anvers, César Mascetti, Raúl Urtizberea, Lidia Satragno (Pinki)...” y siguen las firmas.
Su rostro ya ha sido olvidado por millones de argentinos, por el sencillo hecho del paso del tiempo. Fue la imagen de ATC y su noticiero Sesenta minutos. Sobre él ha quedado grabada la frase “estamos ganando” (durante la guerra de Malvinas), con cierta injusticia. No fue el único que la pronunció. Pero eso sí, le tocó decirla unas cuantas veces y por el canal que, aunque usted no lo crea, peleaba los primeros puestos. Gómez Fuentes había participado muy activamente en las exaltaciones pro-Videla desde el canal oficial, en especial cuando en septiembre de 1979 se produjo la visita de la Comisión de la OEA. Su voz aguardentosa, llamando a la gente a colmar la plaza, sólo fue superada por la del Gordo Muñoz.
Extraño caso, en 1976, el del joven y siempre pequeño dueño de Editorial Perfil. Por entonces, la editorial de papá (don Fontevecchia era el dueño de la revista Weekend) sacaba una publicación que se vendía como un choripán. Se llamaba La Semana y era dirigida... por el pibe. Entonado con los demás directores de revistas de época (Gente, Siete Días), Fontevecchia convirtió a La Semana en una publicación oficial que acompañaba a los generales y almirantes en sus viajes y legitimaba el golpe con elogios al Operativo Independencia. No hay una sola nota crítica en los años 76-77-78 y 79. De aquellos tufillos cuarteleros, sobresale este editorial, previo al Mundial 78, cuando Fontevecchia escribía y firmaba en contra de las campañas antiargentinas: “Por favor, no nos vengan a hablar de campos de concentración, de matanzas clandestinas o de terror nocturno (…) Esta es una fecha clave para defender al Proceso”.
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