La gran mayoría de los habitantes del Jardín de la República no cumplen con normas u ordenanzas de convivencias que existen en todas las ciudades. Las infracciones sociales y materiales son el común denominador. Pocos se salvan de esto. Desde las autoridades hasta el último de los ciudadanos tucumanos están en la búsqueda permanente de sacar ventajas y falta el respeto a sus conciudadanos.
Los desapegos a las normas de los tucumanos es alarmante y hasta peligroso.
Basta con observar a las miles de personas que circulan por la ciudad para darse cuenta en donde estamos parados.
Basurales chicos y grandes, mala educación vial, en servicios, atención al público en áreas privadas y estatales. Las campañas de concientización no son eficientes muchas veces por la desidia de los ciudadanos o por la mala implantación de quiénes la publicitan.
Se llama a conferencia de prensa para informar de la firma de tal o cual convenio, de tal o cual ordenanza o proyecto, y la mayoría de las veces terminan ahí en la conferencia. Luego no se ve en la comunidad la aplicación de lo convenido u ordenado.
Ejemplos hay y muchos, desde los más simples hasta los complejos. En Tucumán desde sus autoridades hasta el último de los habitantes el no cumplir normas de convivencia y respeto es el deporte favorito.
No hay respeto a la senda peatonal, a los semáforos, a los niños o ancianos en los colectivos, en ningún lado existen las monedas para los vueltos, taxis, colectivos y telecentros son los mejores ejemplos. Las filas se respetan poco y nada, los profesionales no cumplen horarios ni en sus consultorios ni en hospitales; los espectáculos públicos nunca comienzan a la hora anunciada; empleados públicos y privados atienden mal casi siempre ; periodistas , concejales, legisladores, funcionarios provinciales y nacionales viven “chapeando” para sacar ventajas si tienen que estacionar en lugares prohibidos; dirigentes de fútbol exprimen a los hinchas; los perros peligrosos pasean con sus dueños por la vía pública sin ningún tipo de prevenciones, los policías muchas veces miran para otro lado; motociclistas circulan por las veredas; transportistas escolares no cumplen las normas cuando salen de las cuatro avenidas; vendedores ambulantes ensucian las veredas y calles; inspectores municipales se esconden en lugares estratégicos; cajeros de los negocios nunca tienen cambio; los automáticos del Banco Nación se quedan sin dinero a menudo y tardan más de la cuenta en reponerlos; en las filas para pagar impuestos se demora más de los debido, los taxis de Yerba Buena levantan pasajeros en la capital y cobran con tarifa de su municipio, hay muchos taxis sin pintar; precios de los remedios no están regulados; farmacias de turno no abren, cualquiera por cualquier motivo cierra vereda o calle. La lista de infracciones es inmensa y día a día se acrecienta.
Vivir en la Ciudad Histórica es como jugar a la quiniela todos los días. Si en sus salidas habituales no le sucedió alguno de los ejemplos enunciados haga de cuenta que acertó un número a la cabeza.
Quizás algún día esto mejora o se comience a modificar actitudes violentas, porque esta manera de vivir es violencia hacia uno mismo o a la familia o al vecino. Una pena, así no llegaremos muy lejos y esos nostalgiosos de los uniformes comenzarán a pedirlos a gritos, con el pretexto del orden como se escucha, lamentablemente, todavía.
Daniel A. Villalba
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