“Coser para afuera, un oficio de alto riesgo”, la nueva obra de Leonardo Goloboff. Un tipo contrata a un sicario para matar a su ex esposa. Pieza naturalista donde la ficción se fusiona con la realidad. Destacadas actuaciones. Entretiene. Narrativa rápida. Lenguaje coloquial.
Opinión: Muy buena.
Ficha técnica:
Libro, dirección, selección musicalñ y diseño espacial: Leonardo Goloboff. Con Mariana Ezcurra, Marisol Méndez y Juan Tríbulo. Ambientación: Cynthia Pamela González. Asistente de Dirección: Mario Ramírez. Operación de luces: Aramnada Martínez y Oscar Juárez. Grabación banda sonora: Mario Ramírez y Juan Pablo Darmanín.
Coser para afuera, un oficio de alto riesgo. Título llamativo ¿A quién se le puede ocurrir que coser sea riesgoso? ¿No es, acaso, la costura uno de los oficios más inocentes?
El estupendo director Leonardo Goloboff demuestra lo contrario. Inserta al espectador casi como cómplice de un crimen. Resulta que por esas casualidades de la vida un tipo deja un papelito en el pantalón que llevó a las costureras para que sea arreglado. Allí, en la estampita, se lee algo sospechoso que intriga a la mujer mayor de entre 60 y 65 años. La más joven, en cambio, se va inmiscuyendo a medida que conoce al seductor.
Josefa (Mariana Ezcurra) es una vieja renga, conservadora, anticuada, nada hermosa. Hortensia (Marisol Méndez), en cambio, es sensual, hermosa, mucho más desprejuiciada, joven, simpática. Son socias, la primera tiene la experiencia, la otra el capital. Una fórmula que, en este caso, siempre causa roces.
Montero (Juan Tríbulo), un galán, compadrito, seductor, mujeriego (al parecer), macho argentino. El papelito que busca en el bolsillo del pantalón, lo tiene Josefa que se lo leyó a Hortensia pero que nunca se lo entrega al hombre que tiene la edad de la vieja pero seduce a la joven.
En el pequeño escenario se distinguen claramente dos lugares. El salón de costura, también casa de Hortensia. Del otro lado no hay más que poca luz. De vez en cuando se lo ve a Montero hablar por celular vestido con pijama.
Un tiempo no preciso
Muebles, vestuario, música dan cuenta que todo transcurre en la década del 50, todo un mérito de Cynthia Pamela Gónzalez, encargada de la ambientación. Sin embargo, los personajes tienen celular. Algo llamativo que le impone un matiz distinto a la obra.
La música, elegida con una delicadeza aguda, genera un ambiente propicio para una historia que tiene todos los condimentos del teatro argentino. De estética naturalista parece más realidad que ficción, aunque los toques atemporales (celulares en una posible época donde no existían) demuestran lo contrario.
Las luces enfocan el costado del escenario indicado para que el espectador deje, por ejemplo de ver a las costureras, para observarlo a Montero hablar por celular. Sin embargo en el otro extremo la vida sigue. De esta manera el autor apela a la participación constante del espectador. La dinámica de la obra transcurre en el mismo espacio físico pero contada por actores distintos.
De narrativa rápida como buen policial. Crimen, frases duras, nerviosismo, suspicacia, seducción constante. No falta la frase morbosa en los labios de Tríbulo. Diálogos coloquiales con lunfardo de por medio.
Se destacan las tres actuaciones. Los personajes parecen existir en la realidad que se fusiona con la ficción. Impecable desde el punto de vista estético como Goloboff tiene acostumbrado a su público. Coser para afuera, un oficio de alto riesgo puede ser para jóvenes y adultos. No discrimina. No genera complejidad cognitiva. Entretiene.
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