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08/07/2009 - exposiciones

La independencia y los festejos de julio de 1816

El 9 de julio de 1816 el Congreso General Constituyente reunido en la ciudad de Tucumán declaró la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Pero las luchas continuarían y pasarían más de ocho años, hasta el triunfo patriota en la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, para que la independencia de América del Sur quedara sellada para siempre. Sin embargo, los festejos por la emancipación comenzaron al día siguiente de declararse la independencia. Para recordarlo hemos seleccionado tres fragmentos en torno a las celebraciones escritos por Gregorio Aráoz de La Madrid,Paul Groussac y el oficial sueco Jean Adam Graaneer, donde narran los festejos del 10 y del 25 de julio de 1816.

Fuente: Ramallo, Jorge María, La declaración de la independencia, Buenos Aires, sin fecha.

El general La Madrid, que en ese entonces se encontraba en Tucumán formando parte del Ejército Auxiliar del Perú, a las órdenes del general Belgrano, cuenta en sus Memorias que “declarada la independencia el 9 de julio, nos propusimos todos los jefes del ejército, incluso el señor General en jefe, dar un gran baile en celebridad de tan solemne declaratoria; el baile tuvo lugar con esplendor en el patio de la misma casa del Congreso, que era el más espacioso. Asistieron a él todas las señoras de lo principal del pueblo y de las muchas familias emigradas que había de Salta y Jujuy, como de los pueblos que hoy forman la república de Bolivia”1.

Groussac refiriéndose a esta fiesta, dice: “El baile del 10 de julio quedó legendario en Tucumán. ¡Cuántas veces me han referido sus grandezas mis viejos amigos de uno y otro sexo, que habían sido testigos y actores de la inolvidable función! De tantas referencias sobrepuestas, sólo conservo en la imaginación un tumulto y revoltijo de luces y armonías, guirnaldas de flores y emblemas patrióticos, manchas brillantes u vagas visiones de parejas enlazadas, en un alegre bullicio de voces, risas, jirones de frases perdidas que cubrían la delgada orquesta de fortepiano y violín. Héroes y heroínas se destacaban del relato según quien fuera el relator. Escuchando a doña Gertrudis Zavalía, parecía que llenaran el salón el simpático general Belgrano, los coroneles Álvarez y López, los dos talentosos secretarios del congreso, el decidor Juan José Paso y el hacedor Serrano… Oyendo a don Arcadio Talavera, aquello resultaba un baile blanco, de puras niñas “imberbes”, como él decía. Y desfilaban ante mi vista interior, en film algo confuso, todas las beldades de sesenta años atrás…”2.

También hubo festejos el 25 de julio en las afueras de la ciudad. Jorge María Ramallo cita a un testigo de las celebraciones, el oficial sueco Jean Adam Graaneer, agente del Príncipe Bernadotte, que se encontraba en ese momento Tucumán. En su descripción de los sucesos, realizada cuatro días después de los festejos, Adam Graaner se refiere así a aquellos sucesos:

“El 25 de julio fue el día fijado para la celebración de la independencia en la provincia de Tucumán. Un pueblo innumerable concurrió en estos días a las inmensas llanuras de San Miguel. Más de cinco mil milicianos de la provincia, se presentaron a caballo, armados de lanza, sable y algunos con fusiles; todos con las armas originarias  del país, lazos y boleadoras…

”Las lágrimas de alegría, los transportes de entusiasmo que se advertían por todas partes, dieron a esta ceremonia un carácter de solemnidad que se intensificó por la feliz idea que tuvieron de reunir al pueblo sobre el mismo campo de batalla donde cuatro años antes, las tropas del general español Tristán, fueron derrotadas por los patriotas. Allí juraron ahora, sobre la tumba misma de sus compañeros de armas, defender con su sangre, con su fortuna y con todo lo que fuera para ellos más precioso, la independencia de la patria.

”Todo se desarrolló con un orden y una disciplina que no me esperaba. Después que el gobernador de la provincia dio por terminada la ceremonia, el general Belgrano tomó la palabra y arengó al pueblo con mucha vehemencia prometiéndole el establecimiento de un gran imperio en la América meridional, gobernado por los descendientes (que todavía existen en el Cuzco) de la familia imperial de los Incas.”3

 

1 Gregorio Aráoz de La Madrid, Memorias, Tomo I, Buenos Aires, 1895, pág. 109.

 

2 Paul Groussac, El Congreso de Tucumán, en El viaje intelectual. Impresiones de naturaleza y arte. Segunda serie, Buenos Aires, 1920, págs. 306-307.

3 Jean Adam Graaner, Las provincias del Río de la Plata en 1816 (Informe dirigido al Príncipe Bernadotte). Traducción y notas de José Luis Busaniche, Buenos Aires, 1949, pág. 65.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar


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