Como siempre , me levanté a las 6,30, hora en que mi padre volvía a casa luego de su trabajo de conserje en un hotel. Una hora me alcanzaba para afeitarme, charlar unas palabras , darme un baño y partir hacia el centro tucumano. Allí estaba uno de los pocos negocios, en aquellos días, de electrodomésticos en el que yo trabajaba. La noche anterior había estado charlando con mis padres, sobre la situación que se vivía en ese momento en el país.
Siempre contaban sus primeros tiempos en la vida de recién casados y laboral. Ya habían transcurridos veintiséis años.
“Vos pudiste estudiar en la Escuela de Comercio, concurrir un tiempo a la facultad, irte de vacaciones, estar efectivo (así se decía) en tu trabajo, contar con una obra social, vacaciones , aguinaldo, casarte , tener todo ya comprado y otras cosas que son importantes para la vida de un ser humano y el desarrollo de un país”, decía mi padre, mientras mi madre asentía con la cabeza y sorbía de la cuchara una sopa calentita. Hacía frío esa noche, el invierno llevaba pocos días. La estación del año en esos tiempos, en Tucumán tenía, más dureza climática s que la actual. Había efervescencia política en todo el país. Jóvenes y viejos hablaban de los sucesos de los últimos días. El pesar se apoderaba de muchos tucumanos que presentían el desenlace. En casa mis padres no eran extraños al sentimiento popular de esos días.
El 1º de julio amaneció con un tenue sol, que más tarde se pondría más fuerte. “No es para menos es un día nuestro”, dijo el mozo del bar donde estaba desayunando y escuchando la radio. Las noticias eran desalentadoras, lo previsible se acercaba y el dolor de un pueblo se percibía en las calles y en los rostros. La enfermedad que lo llevaba a la eternidad le estaba ganando la batalla, quizás una de las pocas que perdió.
En la siesta tucumana llegó la noticia que todos esperaban resignados. Acaba de morir el Presidente de la Argentina, General Juan Domingo Perón, decía los locutores. Las sirenas de las fábricas, las bocinas de taxis y ómnibus y el pito de las locomotoras, atronaban el aire provincial.
Me acordé de lo que me contaban mis padres, del barrio, las piezas alquiladas, del agua potable, del guardapolvo, los libros, de las pelotas de fútbol, mi primera bicicleta y del auto que pasó por la avenida de Mayo , aquella mañana de enero de ese año, y yo sentado en el hotel sindical, con la sonrisa de recién casado en luna de miel, miré su rostro cansado a través del vidrio blanco del vehículo oficial. Fue la única vez que lo ví personalmente. Con los ojos le agradecí por mis padres y por mi.
Mientras las sirenas tapaban los silencios de la gente, sentí correr atropelladamente, los recuerdos de la infancia, los amigos, la prohibición de vivar su nombre, los libros con sus fotos tapadas, que mi padre las descubrió de vuelta, las fotos de el y Evita en comedor de casa y no pude contener las lágrimas.
Hace 35 años, ese 1º de Julio de 1974, moría Juan Domingo Perón
Daniel A. Villalba
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