Hace muchos años y el entusiasmo no decae. Siempre la misma rutina, el mismo ómnibus, la misma escuela, casi igual aula y muchos conocidos votando.
Al llegar a la escuela donde debía votar encontré poca gente.
La hora influía para eso, el reloj marcaba las 13,10 y las autoridades de mesa se preparaban para almorzar. El presidente miró con cara de poco amigo, se llevó el cigarrillo a la boca y mientras lo aspiraba, hacía señas para que le alcance el documento. Yo era el único en la fila, en el cuarto había alguien votando. Luego de dos minutos apareció un señor con el sobre en la mano y lo introdujo en la urna. Su cara era de satisfacción; “ misión cumplida”, me dijo.
Al entrar al cuarto oscuro, que estaba bien iluminado, comencé a buscar la boleta de mis candidatos. Lo encontré, lo puse en el sobre y comencé a observar los nombres de los otros candidatos. Me llevé cada sorpresa, que me hicieron dudar de las ideologías de algunos postulantes. Fue tanta la curiosidad que demoré en leer que tocaron a la puerta, apurándome. Salí rápidamente e introduje el sobre en la urna. Miré alrededor, mi cara de alegría contrastaba con la de los que estaban comiendo.
Lindo día ayer, sol, charlas en familia, discusiones por los candidatos y sus propuestas, café con los amigos analizando lo ocurrido hasta ese momento y un final esperado.
Llevo muchas votaciones, no las que deberían ser , pero hace 25 años que voy a la misma escuela, casi la misma aula y llevo el mismo documento. Me encanta el día de las elecciones. Sobre si los que ganaron o no está bien, es tema para otra nota.
Daniel A. Villalba
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