Caracas, 09 Jun. ABN.- Pareciera ser que 500 años pasaron en vano y algunas personas nada aprendieron de la historia. Hoy, los pueblos originarios de América se ven una vez más amenazados por el imperio que no sólo pone en peligro sus recursos naturales sino también su existencia.
Perú es actualmente el escenario de una nueva arremetida contra las comunidades ancestrales que habitan la Amazonía, hostigamiento que cuenta con la aceptación y participación del Gobierno del mandatario Alan García y de sus fuerzas del orden.
Pero tras lo que las empresas de desinformación
privadas peruanas y del continente entero intentan mostrar como un
“plan de desestabilización” por parte de los pueblos originarios, hay
un macabro negocio con olor a neoliberalismo.
Derechos ancestrales
El pasado nueve de abril más de 60 comunidades originarias que
habitan la Amazonía peruana comenzaron una protesta para exigir la
derogación de un paquete de nueve decretos dictados por el Ejecutivo.
Según los indígenas, esas leyes no respetaban
los derechos sobre sus territorios ancestrales y recursos naturales y
habían sido creados irrespetando tratados internacionales reconocidos
en la Constitución.
Perú es una nación firmante de la Convención Internacional de los
Derechos Humanos y del convenio 169 de la Organización Internacional
del Trabajo (OIT), razón por la cual se compromete al respeto
irrestricto de los derechos humanos, así como al derecho de consulta
cuando se tiene que intervenir zonas habitadas por pueblos originarios.
Pero los nueve decretos, entre los que se
encuentran la Ley Forestal y de Fauna Silvestre y la Ley de Recursos
Hídricos, fueron redactados sin consulta alguna a los indígenas.
En disconformidad con ellos, las comunidades realizaron cortes de
rutas, tomas de refinerías petroleras y otras medidas de fuerza que
obligaron al Gobierno a instalar, a mediados de mayo pasado, una mesa
de diálogo con representantes de la Asociación Interétnica de la Selva
Peruana (Aidesep), instancia que no ha dado respuesta a las demandas
originarias.
Las narices del imperio
El mismo 20 de mayo, día en que se firmó el decreto que daba
nacimiento a la mesa de diálogo, la llamada nueva Ley Forestal fue
declarada inconstitucional por una comisión parlamentaria por
considerar que ponía en peligro 60% de los bosques primarios del país,
ya que les quita la denominación de patrimonio forestal para pasarlos
al régimen agrario y por ser redactada sin consulta a los nativos.
Sin embargo, el ministro del Ambiente de Perú, Antonio Brack, en
declaraciones a la prensa, indicó que la norma no podía ser anulada y
reconoció que la principal causa que impedía la derogación de las leyes
en disputa era el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos,
acordado el 12 de abril de 2006.
El funcionario afirmó que eliminar el decreto
legislativo 1090, también llamado Ley Forestal, implicaría el
incumplimiento del denominado anexo forestal del TLC binacional, lo
cual sería “sumamente grave”.
El anexo forestal de ese tratado indica que el Estado peruano tiene
un plazo máximo de 18 meses para, entre otros puntos, imponer sanciones
civiles y penales contra la violación de la legislación sobre
extracción y comercio forestal, establecer una cuota de exportación
anual de caoba y mejorar la administración y manejo de concesiones
forestales. En ese marco se redactó la Ley Forestal.
Apartar lo que molesta
Por ese motivo los pueblo originarios peruanos continuaron con sus
medidas de fuerza que se hacían cada vez más concurridas y obtuvieron
el apoyo de la población campesina de la zona y de las comunidades
indígenas de todo el continente.
Las autoridades nacionales respondieron declarando la zona
amazónica bajo estado de sitio y emergencia, y el pasado 5 de junio el
accionar represivo del Gobierno de Alan García llegó a su punto máximo.
Ese viernes, la policía masacró a más de 100
indígenas en la región norteña de Bagua, según las propias comunidades,
cuando intentaba desalojar a los originarios que cortaban una ruta como
parte de las protestas que ya superan los 50 días.
Las voces internacionales de repudio a ese accionar desmedido de las autoridades peruanas se hicieron públicas.
Pueblos hermanos de todo el continente se
solidarizaron con los miembros de la Aidesep, la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) condenó la masacre y el
Gobierno de Nicaragua le concedió asilo diplomático al principal
dirigente indígena del país, Alberto Pizango, criminalizado y acusado
de intento de sedición y conspiración por el Ejecutivo.
La versión oficial
Más allá de la solidaridad demostrada por los
pueblos hermanos y haciendo oídos sordos a las recomendaciones de
instancias como la Organización de Estados Americanos (OEA), la
administración García continúa criminalizando a los originarios.
El propio mandatario, en declaraciones públicas referidas a la
represión de Bagua, aseguró:“Esas personas no son ciudadanos de primera
clase. ¿Qué pueden decir 400 mil nativos a 28 millones de
peruanos:'Ustedes no tienen derecho de venir por aquí'. ¡De ninguna
manera! Ese es un error gravísimo. Quien piense de esa manera quiere
llevarnos a la irracionalidad y al retroceso primitivo”.
Además, el domingo pasado, el Ejecutivo nacional
difundió un video de propaganda en el cual se señalaban los supuestos
beneficios de las leyes que los indígenas rechazan y atribuye a las
comunidades originarias la responsabilidad de los hechos del 5 de
junio.
Así, las empresas de comunicación al servicio del imperio
transmiten la versión oficial de los hechos que hablan sólo de 47
muertos, en su mayoría policías, y culpan una y otra vez a los
originarios de todo lo ocurrido.
De esa manera queda demostrado una vez más que
el neoliberalismo ataca con sus únicas y antiguas armas: los medios de
comunicación y el exterminio de todo lo que estorbe a sus intereses.
Hoy, los pueblos originarios, como hace 500 años, vuelven a ser el
blanco, pero esta vez la historia seguramente tendrá otro final.
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