ital de Bolivia, respira el domingo la tranquilidad opuesta a la tensión furiosa vivida un año atrás cuando grupos civiles, armados de palos sometieron a indígenas y campesinos obligados a efectuar penosos desplazamientos de rodillas y besar las insignias y suelo locales a condición de no recibir más castigos físicos.
Por Coco Cuba
La marcha de desagravio campesina ha
transcurrido "sin novedad", dice Natividad, una vendedora de todo que
regenta un puesto callejero en una esquina a una cuadra de la Plaza de
Armas 25 de Mayo, donde el 24 de mayo de 2008 se registró el oprobio de
la vejación a los campesinos que llegaban a esta a ciudad para apoyar
al presidente Evo Morales que les iba a dotar de tractores.
Don Eustaquio, el chófer de un taxi que brinda servicio de traslado
desde el Aeropuerto Juana Azurduy de Padilla, enclavado en la zona de
Suipacha, dice que "más bien no ha pasado nada" en la marcha de
campesinos, unos 5.000, que han desfilado gallardos, pero atentos, por
mas menos4 km, desde La Ramada hasta La Plaza, más entre aplausos que
entre retas.
"Venían a provocar y la gente les ha aplaudido", reflexiona
Eustaquio mientras enfila su vehículo, un viejo Toyota, por la calle
Ravelo.
"Por qué piensa así", le increpa sin alterarse otro pasajero
sentado en el asiento trasero, un abogado, Mario H. Guzmán, moreno él,
que preside una organización Tomás Katari, en homenaje a un indígena
del siglo XVIII rebelde al poder de España en estos lares del subandino
boliviano.
"Tienen derecho. Si todos somos bolivianos. Debemos de dejar de
pensar así y aceptarnos como somos", suelta a manera de reprimenda.
Al lado del chófer viaja un hombre blanco, con unos anteojos que
le dan apariencia de profesor distraído, y que sigue la conversa
ensimismado, mientras pasa, de un lado a otro de su boca, un bollo de
hojas de coca que le pronuncian las mejillas y al que da, cada cierto
tiempo, una chupadas rigurosas.
La ciudad está en calma, pero se siente, casi imperceptiblemente,
una tensión. Es la víspera de la celebración del Bicentenario del
primer Grito Libertario de América, aquél lanzado por criollos
altoperuanos "contra el mal govierno (sic) y "por un buen govierno",
tal como lucían los pasquines libertarios de la época.
Eustaquio, que se desborda en amabilidades, apea su coche en una
esquina de La Plaza, para permitir que sus pasajeros desciendan y
repara que "este domingo (víspera de fiesta y feriado) ha repuesto la
actividad que se ve en Sucre todos los días".
Efectivamente, La Casa de la Libertad, a uno de los costados de la
Plaza 25 de Mayo, donde el 6 de agosto de 1825, tras 16 años de guerra
contra los españoles, se proclamó la independencia de Bolivia, está
abierta al público. La gente, una mayoría de traje y corbata, entra y
sale.
Hay embotellamiento vehicular, el comercio está abierto. Hasta las chocolaterías, Taboada y Para Ti están abiertas.
Chiquillas y jovenzuelos pegan vueltas interminables al
rectángulo, en uno de cuyos jardines, al pie de un bicentenario Cedro,
erguido sobre 20 metros de altura, un titiritero hace bailar, al ritmo
de un rock clásico, de ésos de los ’50, a un par de esqueletos
sujetados por una maraña de hilos invisibles.
Turistas europeos hablan en francés y disfrutan esta paz de aldea
sentados en posición de loto, mientras vacían cervezas en sus gargantas
y escuchan en el fondo los arpegios de una canción devenida en himno de
tanto mentarla: "Juana Azurdy, flor del Alto Perú, no hay otro capitán
más valiente que tú. El español, no pasará…".
Nelly, una mujer en sus 60 que atiende un quiosco en la plaza
central resalta la tranquilidad que reina en el lugar, después de la
manifestación de los campesinos.
"Más bien les han aceptado. El año pasado era terrible", ilustra
mientras pasa cuatro "derbys viejos" que extrajo de un atado blanco
cruzado por una franja amarilla y estampado por la efigie de un
caballo, a cambio de un boliviano.
"Hace un año como ahorita…pobres hombres". Iba a seguir cuando
aparece un hombre joven que debe frisar los 20 años que luce una polera
blanca con un sello en círculos, notoriamente grande, en cuyo corazón
se lee un "No" rotundo.
"¿Es que no tenía otra remera o quiere decir algo?".
"Todo lo contrario. Este es el segundo grito de libertad ahora que
no hay", repone mientras paga 13 bolivianos por dos latas de cerveza
Paceña. Alto, corpulento y enfundado en pantalones jean y calzado en
deportivos, se aleja junto a otro joven, mestizo como él, que echa una
mirada de rabillo a su eventual interlocutor.
En el atrio del emblemático edificio dieciochesco de La Casa de la
Libertad, una banda de música de un colegio capitalino se apresta a
entonar algún ritmo marcial, mientras funcionarios de la Alcaldía de
Sucre y la Prefectura de Chuquisaca, que organizan el Bicentenario, se
mueven sin resuello por entre el salón de la Libertad, coronado por
imponentes cuadros al óleo de los libertadores de Bolivia, los
venezolanos Simón Bolívar y Antonio José de Sucre.
Instituciones locales y han preparado para el lunes una serie de
actos públicos en homenaje a la gesta libertaria del 25 de mayo de
1809, cuando comenzó una revuelta que marcó el principio del fin del
poder de España en estas tierras.
Los festejos han despertado la expectación de los medios locales.
Una unidad móvil de la privada Red ATB está plantada en una de las
esquinas de Plaza, enfrente del edificio de La Prefectura. "Es para
mañana. Estamos probando los equipos", dice uno de los técnicos que
musitan códigos en diálogo por micrófono con un colega situado quién
sabe dónde.
"¿Y van a El Villar", el cuartel general de la guerrilla de los
criollos que le planteó al Ejército Real de España una lucha sin
cuartel en todo el Alto Perú y que terminó infligiéndole una derrota al
amanecer de 1825 y donde el presidente Morales ha organizado la
conmemoración al Bicentenario de la gesta libertaria?
"No sé. Creo que sí", dice dubitante mientras envuelve un cable coaxial.
Como el cuerpo diplomático acreditado en el país va a las
celebraciones de El Villar, la oposición a Morales viene a Sucre, en
apoyo a sus aliados, la alcaldesa de Sucre, Aydeé Nava, y la prefecta
de Chuquisaca, Savina Cuéllar, que han organizado un acto en paralelo
en esta ciudad.
"Debían de alcanzar un acuerdo y hacer una sola celebración. Es una
lástima", dice el propietario de una heladería en La Plaza que vende
helados y cocina unos emparedados de vacuno a 10 bolivianos.
En Sucre están ya, entre otros, los prefectos del opositor Consejo Nacional por la Democracia.
El prefecto de Santa Cruz, Rubén Costas, en pantalones jean y saco
de cuero negro, ha visitado La Casa de la Libertad y cruzado el
principal manzano de Sucre en medio de aplausos sueltos.
El ex presidente conservador Jorge Quiroga (2001-02) llegó a media
tarde a Sucre y fueron a recibirle, entre otros, el senador por
Chuquisaca, Fernando Rodríguez.
Estallan fuegos de artificio y hacia las 19h00 locales La Plaza ha
sido tomada por "la muchachada", la que infaltablemente los domingos,
sea cual fuere, se encuentra para "chuparse unas cervezas" y hablar de
todo, menos de política.
No se platica de capitalía (el traslado de los tres poderes del
Estado, radicado desde principios del siglo XX en La Paz, a esta
ciudad). Tampoco de autonomía, pese a un mojón de madera barnizada,
plantado en uno de los costados del emplazamiento histórico, coronado,
además de la Prefectura y La Casa de la Libertad, por la Iglesia de San
Francisco, de altas paredes blancas, en uno de cuyos campanarios luce
ostentosa la campana que los criollos lanzaron a vuelo tantas veces
hasta rajarla el 6 de agosto de 1825, día de la independencia de
Bolivia.
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