El fin de semana recomendamos "Tímote", de José Pablo Feinmann. Al respecto consideramos enriquecedor la opinión de Eduardo Silveyra y Federico Sironi, del sitio eldescamizado.org. José Pablo Feinmann ha asumido con su obra literaria reciente un papel que otros asumieron en el pasado. Esos otros que tienen nombre y apellido, fueron Sarmiento, con su Facundo, Esteban Echeverría con El Matadero y José Mármol con Amalia.
El objeto de estos escritos más allá de la calidad literaria que estableció un estilo, fue ensañarse contra el tirano Rosas y el gaucho, que sustentaba desde la mazorca a ese régimen, al cual el componente criollo lo alejaba de la civilización. La disyuntiva histórica dialéctica, quedaba planteada en la premisa jacobina de Civilización o Barbarie. Desde ese lugar, no dudaron en tergiversar, omitir y silenciar la verdadera historia. Tanto del bando liberal o del bando jacobino.
Al establecer
paralelismos históricos, que son inevitables, porque el autor
recurre a ellos, se puede decir entonces, que, en Timote,
la novela o thriller político de J. P. Feinmann, se omite, se
tergiversa y hasta se silencia, la verdad de lo ocurrido, porque
solo hay saña empecinada con personajes, que alguna vez fueron o son
personas reales, tal el caso de Mario Eduardo Firmenich, por citar
uno de los objetos visibles, que peregrina por las páginas con un
perfil de ser embrutecido o simple memorizador de
textos vacuos. Y que gracias a ese don plebeyo, se gradúa en el
Nacional Buenos Aires con medalla de honor.
En ese sentido
Feinmann ha convertido a Firmenich, en su Facundo de entrecasa,
estableciendo una relatividad a lo Plutarco y sus Vidas Paralelas.
Desde ese lugar, Firmenich es un “manolito de cejas pobladas”, un
“católico pelotudo”, un “doble agente” y cuanto adjetivo
descalificativo brote de su imaginación; un tanto
desmesurada en algunos casos, ya que a un gordo pizzero, de William
Morris, le hace decir que la localidad del mismo nombre, en la
provincia de Buenos Aires, se llama así, en homenaje al poeta inglés
Faviano, cuando todos sabemos que el homenajeado en este caso, es el
William Morris, educador anglicano que anduvo por estos pagos.
Seguramente el gordo pizzero, sería otro “manolito de cejas
pobladas” que siempre se confundía las cosas.
El General
Aramburu, no es secuestrado y juzgado por una organización político
militar, y si lo es, la misma está compuesta por jóvenes católicos
arrepentidos de serlo y que caminan hacia un destino de niebla, de
la manera en que lo hacen los alucinados o los locos.
Cómo
es posible que en lugar de estar en un campamento de la Acción
Católica rezando y comiendo asados, a estos locos se les haya dado
por juzgar al responsable del bombardeo a Plaza de Mayo el 16 de
junio de 1955, donde fueron masacrados cientos de argentinos. Es que
conocieron a un cura, Carlos Mujica, que les llenó la cabeza con la
Teología de la Liberación. Como si la misma, no fuera una manera de
interpretar la dialéctica hegeliana, en relación a lo del Amo y el
Esclavo.
Cómo es posible que en lugar de estar en misa, se
les haya dado por juzgar al responsable del fusilamiento del Gral
Valle y de unos negros peronistas en los basurales de José León
Suárez. Claro, ninguno de ellos ha leído lo suficiente a Hegel o
Heidegger. Porque el mundo Feinmann, esta compuesto por seres que
leen o no leen a Hegel y Heidegger, en ese punto es que
Feinmann hace la diferencia de Civilización o Barbarie y desde ahí
establece una superioridad, de pseudo cancherito de Villa Crespo,
con pretensión de Sarmiento.
Fernando Abal Medina, sí ha
leído a Hegel, a Heidegger y ha visto cine de Bergman, o él lo
supone, por eso recibe un tratamiento casi de Ser y de muchacho
católico, seducido por una loca y hermosa mujer que le lleva siete
años. Con la que establece una relación de amantes lacanianos.
Además, esa mujer tiene muchas pelotas, bien freudiano el asunto. Y
entre otras cosas había leído a J. P. Sartre, bah…el prólogo de
Sartre en el libro de Fanon. La mina de cautivante belleza y a la
que todos se querían coger, principalmente Sabino Navarro, no es
otra que Gaby o sea, Norma Arrostito. Al final, el Negro Sabino,
medio fauno herido y medio guerrero, se fue a cagar a tiros en
Córdoba y a morir como un soldado y no como amador
desairado.
La figura del General Aramburu, a veces se torna
paternalista, a veces señorial y hasta inmaculada, quien no sería no
sería inmaculado, si se cae en manos de unos delirantes, que no han
leído a Hegel y a Heidegger y por eso no tienen ni idea, de que
manera se escribe la historia. Ni que son los terrenos del suceso o
el campo histórico. Para Feinmann, se volvieron peronistas y
pertenecen a la barbarie. Son aventureros que escriben una historia,
sin tener conciencia de lo que es la historia.
De todas
maneras, más allá de las precisiones, hay que entender una cosa.
Feinmann, al ponerse en narrador omnisciente, al inventar todo tipo
de anécdotas, como hace al fin y al cabo Sarmiento en su Facundo,
tiene, por no decir, adolece, de un problema de enunciación, más
allá de la adjetivación de sus enunciados. La que de por sí es
descalificatoria. Sucede que su enunciación es más peligrosa, porque
la novela se deja leer, es como un cuento de hadas que puede ser
consumido inmediatamente por las capas medias pseudointelectuales,
que consumen ese tipo de literatura. Feinmann conoce las
convenciones de la literatura y la técnica del thriller. Por
lo tanto muchos de los que lean la novela, podrán entender que esa
es la verdad, cuando en realidad no es más que una vulgar
falsificación reaccionaria y oprobiosa.
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