Si América Latina sigue la senda del aumento de la oferta energética, tendrá más problemas ambientales, sociales y económicos. Pero si invierte en eficiencia, reducirá los impactos negativos; y con los ahorros, podrá llevar energía a todos los que no la tienen (ni tendrán). El BID (Banco Interamericano de Desarrollo) puede hacer mucho más para contribuir a cambiar esta senda energética continental, y este debe ser uno de los temas que merece ser analizado con detenimiento en su próxima asamblea en Colombia.
Por Gerardo Honty (x)
Precisemos que según la Agencia Internacional de la Energía, la tasa de
crecimiento de la oferta de energía promedia el 2,3% anual en el caso
latinoamericano, con lo que se duplicará su abastecimiento, pasando de
los 484 Mteps (millones de toneladas equivalentes de petróleo) en 2004,
a un estimado de 845 Mteps en 2030. Dos tercios de esta energía
provendrían de fuentes no renovables y emisoras de gases de efecto
invernadero: petróleo, carbón y gas natural.
Según el mismo
informe, para lograr un suministro de esta envergadura la región deberá
invertir una cifra enorme en infraestructura energética: 1.374 miles de
millones de dólares estadounidenses a lo largo de más de veinte años.
La inversión en proyectos convencionales, como represas, usinas
termoeléctricas o centrales nucleares, desencadenará los más diversos
impactos ambientales y sociales, acarreando costos adicionales en una
escala seguramente mayor.
Por lo tanto es urgente pensar en otro
tipo de inversiones volcadas a potenciar programas de eficiencia y
conservación energética. Si bien casi todos los países tienen algún
programa de este tipo, su número y cobertura todavía es modesta. Pero
dejan en claro sus grandes potencialidades en reducir el consumo
energético y en muchos casos aminorar sus efectos ambientales, así como
en lograr beneficios económicos. En Brasil, por ejemplo, el programa
PROCEL nacido en el año 1986, ha invertido hasta el año 2005
aproximadamente u$s 461 millones, logrando un ahorro de electricidad de
21,753 GWh anuales, lo cual significó beneficios por u$s 8,027
millones. Estos y otros ejemplos indican que, en el futuro, las
inversiones en eficiencia serían muy redituables. Incluso la propia
Organización Latino Americana de Energía estima que el continente
podría ahorrar u$s 156.000 millones en los próximos 15 años si
invirtiera en eficiencia energética.
El reporte sobre
inversiones y flujos financieros para combatir el cambio climático
publicado por la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático,
indica que el abastecimiento de energía de América Latina, al año 2030,
requerirá de u$s 120.000 millones en inversiones. Pero si esa inversión
fuese en eficiencia energética, los fondos requeridos caen a u$s 89.000
millones, es decir u$s 31.000 millones menos, sin sacrificar la
satisfacción de las necesidades de energía.
El propio BID ha
encomendado estudios que dejan en claro los beneficios de invertir en
eficiencia energética. Un reciente análisis reconoce que América Latina
y el Caribe necesitarán generar 143.000 GWh/año hacia el 2018, donde el
costo para alcanzar ese potencial será de u$s 53.000 millones
(excluyendo los gastos de combustibles y mantenimiento). Pero si se
actuara desde el lado de la demanda a través de medidas de eficiencia
energética, los costos serían solamente de u$s 17.000 millones. Los
ahorros generados por medidas como esas también podrían ser dirigidos a
solucionar el caso de unos 45 millones de latinoamericanos que no
tienen acceso a la electricidad.
El BID ha ido incorporando los
temas de Energía Renovable y Eficiencia energética en los últimos diez
años. No obstante, el porcentaje de fondos de su portafolio dedicado a
estos temas sigue siendo pequeñísimo. En un documento especialmente
preparado para el BID por la Corporación Internacional Econergy, se
afirma que en el portafolio total de préstamos del banco el sector de
energía limpia apenas representa el 2,5%.
Si bien el banco ha
impulsado nuevas áreas de inversión, no desanda los viejos caminos. La
nueva Iniciativa de Energía Sostenible y Cambio Climático desde donde
se promueven actualmente las iniciativas en eficiencia energética y
energías renovables, está localizada dentro del banco en el Sector de
Infraestructura y Medio Ambiente. En esa misma oficina, actualmente se
preparan proyectos que van en un sentido diametralmente opuesto, como
son las usinas termoeléctricas en base a carbón de Pecem y Termo
Maranhao en Brasil.
El BID también está involucrado en varias
propuestas energéticas y de infraestructura que claramente contradicen
las estrategias de eficiencia energética y energías renovables. El
IIRSA, la iniciativa en infraestructura a escala continental, es uno de
los casos más claros. El informe de Ecoenergy advierte que parecería
que ninguno de los 340 proyectos identificados en el IIRSA se orienta
específicamente a temas de energías renovables y eficiencia energética.
Otra vez más se marcha en sentido contrario: el portafolio prioritario
de proyectos de IIRSA en un 60% corresponde a proyectos carreteros y de
transporte, lo que derivará en un mayor consumo de petróleo sin
establecerse claramente donde están los beneficios para la sociedad.
Otros, que no están en la lista de prioridades pero forman parte de la
cartera IIRSA, están siendo cuestionados por las organizaciones
sociales debido a sus importantes derivaciones ambientales, sociales y
políticas negativas como es el caso de las represas Santo Antonio en el
río Madeira o la de Garabí sobre el río Uruguay.
Siguiendo las
conclusiones del informe preparado por Econergy para el BID “si las
economías emergentes fueran a replicar la orientación fósil de los
sectores energéticos típicos de las economías industrializadas, las
implicancias en términos de daño ambiental y el potencial para acelerar
salvajemente la demanda llevando los precios de la energía a precios
record, puede ser significativa. No obstante, a pesar del marcado
crecimiento en esta área en la última década, el Banco no ha
participado en suficientes actividades de préstamos en los sectores de
Energías Renovables y Eficiencia Energética, y ha fallado en
implementar programas sistémicos de gran escala que vayan a ayudar a
los mercados financieros locales para el desarrollo de energía limpia”.
Las
conclusiones son claras. El BID debe aprovechar su asamblea en Medellín
para repensar su estrategia energética, abandonando los emprendimientos
y apoyos a la “energía sucia”, para comprometerse realmente con
emprendimientos que solucionen específicamente el acceso a los
servicios energéticos de quienes hoy carecen de él, apuesten a la
conservación y uso eficiente de la energía, promuevan una conversión
hacia las energías renovables, y reduzcan nuestra contribución a la
emisión de gases contaminantes globales.
(x) Desde Montevideo,
Uruguay. Analista de temas energéticos en CLAES (Centro Latino
Americano de Ecología Social). Editada por la Agencia Latinoamericana
de Información (ALAI), de México.
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