Todos los jefes de estado y banqueros, sobre todo del mundo desarrollado, ahora hablan de crisis y emergencia económica-financiera, que seguramente trasladaran sus costos a los países subdesarrollados. Pocos hablan de la emergencia crónica que significan en el mundo el hambre y la pobreza.
Por Roberto Chediack.
Ya antes de esta crisis, la FAO (Organización de las Naciones Unidas
para la Agricultura y la Alimentación) había anunciado que no se podían
cumplir los objetivos de reducir la pobreza a la mitad para el 2015. E
incluso la realidad nos muestra que en continentes como Africa aumentó
al igual que el hambre crónico. Para salvar los bancos, solo Estados
Unidos de América puso 700.000 millones de dólares estadounienses; el
Reino Unido estatizó los bancos principales para salvarlos y luego
volverlos a privatizar. Japón y la Unión Europea aportaron también
miles de millones más.
Ahí si el estado salvó al
mercado y los gürues neoliberales no criticaron que el estado
intervenga, olvidándose de su famoso slogan de que: “El mercado lo
puede todo”. Lo que pasa que en este mundo se socializan las pérdidas y
se privatizan las ganancias. La verdad es que todo lo que plantean los
organismos internacionales son promesas y fantasías que no tienen
ningún interés en cumplir. Para los países desarrollados, el destino de
los pueblos de Latinoamérica y Africa no les importa y por lo tanto no
existen. Y los pobres, bueno los pobres, son para ellos más
descartables que los celulares que se cambian cada seis meses, o están
más preocupados en alimentar los autos que las personas. El número de
hambrientos aumento, según la FAO, en un año de 840 millones a 959
millones. El número de pobres sigue siendo una cifra pavorosa de casi
la mitad de la población mundial y más de la mitad son niños. Para
ellos no hay salvataje.
Sólo habrá muertes, abandono o
cárceles, aunque muchos representantes de la farándula o empresas
multinacionales donen un poco de lo que robaron para crear espejismos
que no se curan con dádivas o con las migajas que caen de sus mesas.
Este mundo está lleno, desgraciadamente, de farsantes que adquieren
prestigio social de las calamidades, pero que no plantean críticas al
modelo sino que le lavan la cara.
Cada cuatro segundos,
muere una persona de hambre en el mundo; mil trescientos millones viven
con menos de un dólar estadounidense diario y casi la mitad de la
población con u$s 2, y sí a esto se le puede llamar vivir.
Para
los bancos ayuda ¡YA! Erradicar el hambre, la pobreza y las calamidades
sanitarias, siguen siendo materias pendientes. Mientras a las grandes
potencias les preocupan que no puedan cambiar los autos cada dos años o
no se seguirán atosigando de los espejitos de la sociedad de consumo.
Sigue siendo para ellos más importante un nuevo modelo de celular o
lavavajillas, que la vida de la gente.
Más que una
crisis financiera esta es una crisis sistémica de un modelo y su
concepción tecnocrática, consumista, inhumana y perversa. Aquí
podríamos recordar aquello: “El día que nuestros hospitales, centros de
salud, centro maternos infantiles, escuelas y bibliotecas, tengan algo
del brillo y la opulencia de bancos y financieras, ese día el hombre se
dará cuenta que es más importante cuidar la vida que el dinero
generalmente mal habido".
Que los alimentos no alcanzan
es un mito. Cuantos recursos se tiran porque no se pueden comprar.
Hasta cuando los sectores pudientes seguirán despilfarrando
electrodomésticos, computadoras o cambiando autos comprados el año
anterior. Como contraposición, cuando dejarán de ser descartables los
seres humanos que sufren hambre y pobreza. Sólo un nuevo modelo
socio-cultural basado en principios de equidad y solidaridad, y en
función de la vida humana, se podrán erradicar estas calamidades
sociales. La pobreza se podrá superar en la medida que los países
desarrollados dejen de mirarse el ombligo. ¿Cuánto se gasta en
armamentos, quienes lo producen y los venden? ¿Quiénes se llevan las
riquezas y quienes producen guerras justificándolas bajo la mascarada
de liberar pueblos y por la democracia? Son los mismos que hoy ayudan a
los bancos e ignoran los dramas humanos e imponen políticas migratorias
racistas.
Siento indignación frente a tantas
injusticias y maldad, aunque a esa maldad la disfracen bajo principios
religiosos, pues hasta las jerarquías eclesiásticas actúan con un doble
discurso o apelando al amor en abstracto, pero no mencionando con
nombre y apellido a tantos traficantes del dolor humano y de un sistema
armado para los grandes intereses que concentran la riqueza y los
recursos. Para ir terminando, una anécdota: “Un banquero pasa en su
limosina por un parque y ve a dos personas comiendo pasto –y les
pregunta- ¿Por qué lo hacen? –Tenemos hambre- contestan. Aparentemente
condolido los invita a subir a su auto junto a los hijos de los mismos
y los lleva a su mansión. Y les dice: “El pasto mío está más crecido,
aquí pueden comer mejor”. Moraleja: “Nunca les creas a un banquero o a
los presidentes o ministros que los representan”.
Hay
veces que muchos referentes sociales, reciben dinero de los poderosos
para actividades asistenciales, pero a costa de un silencio cómplice
con respecto a las responsabilidades y la causalidad del hambre y la
pobreza. No sigamos hablando de lo emergente sino del fondo del
problema, que es construir un nuevo modelo de sociedad, más ético,
solidario, equitativo y humano.
Roberto Chediack es Delegado de la Real Academia Nacional de Farmacia en Ecuador. Editada por la agencia Paraguay al Instante (PI).
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