Dijo Mirta Adriana Salvatierra, una de las "Madres de la Esperanza", el pasado lunes, tras la tercera marcha alrededor de Plaza Independencia. Su hijo tiene 20 años y consume drogas desde hace más de tres. Paco, hace más de un año. Está desesperada por su salud y porque intentó suicidarse en repetidas oportunidades. Denunció que los organismos estatales no le brindan contención, ni soluciones para tratar su enfermedad "por cuestiones burocráticas".
Hoy, a las 20, se realizará una nueva edición de la marcha de las "Madres de la Esperanza" en Plaza Independencia.
Mirta Adriana Salvatierra es madre de un menor de 20 años (reservamos su nombre), adicto a las drogas desde hace más de tres. Entre otras sustancias, su hijo también consume “paco” desde hace más de un año.
Mirta es una de las “Madres de la Esperanza”. Viene pegegrinando desde hace mucho tiempo por laberintos burocráticos para salvar a su hijo. Desde hace tres semanas, alrededor de Plaza Independencia, junto a otras Madres que comparten su tragedia.
Vive en el Bº Villa 9 de Julio, muy cerca del lugar donde hace nueve días se realizó un gran allanamiento en el que se encontraron drogas, armas y mucho dinero. Al verla, una primera conclusión es evidente: Mirta es pobre.
Denunció en las sucesivas marchas y en los sucesivos mostradores que no encuentra respuestas del Estado para encarar la enfermedad de su hijo. “Él fue a rehabilitaciones en muchos lugares y en ninguno se curó, ni lo trataron bien”, sostuvo. Y agregó que “en el Hospital Avellaneda, sobre todo, sentía que no lo ayudaban porque tenía que ir una vez por semana, tan solo para que le firmen un certificado de asistencia”.
“Nunca encontramos un lugar en el que contengan verdaderamente a mi hijo, no lo ayudaron a conseguir trabajo, ni me ayudaron a llevarlo de nuevo al colegio”, insistió.
Además, Mirta contó que su hijo “comenzó a drogarse con Poxi-Ran, antes de cumplir 17 años, luego siguió con marihuana y, por último, hace un año, empezó a consumir ‘paco’”.
“Eso (el paco) lo está consumiendo día a día. Lo veo cada vez más flaco… y yo ya no sé qué hacer”, dijo Mirta conmovida y con su rostro bañado en lágrimas de impotencia.
“Siento que se me cierran todas las puertas. Para conseguir una internación, me solicitan que presente un diagnóstico del Hospital Obarrio, pero ¿quién mejor que una madre puede saber que su hijo se está muriendo?”, se pregunta indignada.
También contó la difícil experiencia de convivir con un hijo adicto. “En uno de sus últimos arranques de violencia, comenzó a cortarse los brazos y también se cortó el cuello. Tuvimos que llevarlo al Hospital”, recordó.
Pero no fue la única vez que su hijo intentó suicidarse. “Ya van varias veces. En una ocasión, llegué a mi casa y lo encontré a punto de ahorcarse”, sostuvo Mirta, aclarando que su intuición de madre la llevó al encuentro de su hijo, justo cuando él más la necesitaba.
El hijo de Mirta abandonó la escuela a los doce años, en quinto grado. “Me decía que iba a la escuela y se iba con sus amigos. Ahí comenzó a descarrilarse”, reconoció.
Consideró que conseguir un trabajo o terminar de estudiar lo ayudarían mucho a superar su enfermedad.
Por último, Mirta admitió que su hijo estuvo en contacto con el delito (robos) para conseguir dinero para drogarse. “Es que la necesidad de consumir lleva a todos los adictos a cometer los delitos para tener dinero y poder comprar la droga”, concluyó.
Al respecto, muchas de las “Madres de la Esperanza”, repitieron que es errónea la interpretación del gobierno que permitiría internarse en los institutos públiocos, solamente a los adictos que no tengan antecedentes policiales, ya que cometen delitos impulsados por la abstinencia de drogas. Sobre todo si son pobres.
Juan Villarrubia
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