El país que le dio al mundo la goma de mascar está siendo inundado por el producto... literalmente: El metro cuadrado de las aceras de la capital mexicana contienen 70 chicles usados en promedio..
México está respondiendo al problema con formas innovativas y con propuestas que van desde caros sistemas de limpieza a base de vapor que disuelva la golosina, hasta pedirle a los ciudadanos que se la traguen.
El general en la guerra contra la goma de mascar es Ricardo Jaral,
director de conservación de espacios públicos en la ciudad de México,
quien siente pena de que los residuos de goma de mascar usados empañen
las aceras y la plaza principal del restaurado centro histórico de la
capital.
Jaral y el gobierno capitalino compraron una flotilla
de máquinas alemanas que limpian las aceras usando vapor y químicos y
ahora lanzarán una campaña para alertar a la población de la gravedad
del problema.
"Cuando terminas de consumir el chicle, lo
envuelves en un papel y lo tiras en un deposito de basura, es la única
opción que existe, o que te lo tragues", dijo Jaral. "Yo siempre he
tragado los chicles, y nunca me ha hecho daño".
No tan rápido,
dijo el doctor Nick Desai, un pediatra en el Hospital Infantil de
Vanderbilt en Nashville, Tennessee, quien dijo que comerse la goma de
mascar no es una buena idea porque usualmente pasa a través del sistema
digestivo, pero puede acumularse con otros objetos y causar un bloqueo
intestinal.
"No es para preocuparse si ocurre", dijo Desai. "Pero no es recomendable hacer un hábito de eso".
El
problema tiene que ver con la base sintética que se usa actualmente en
la goma de mascar y que se emplea desde la década de los años 40 para
reemplazar a la resina de chicle similar al látex que los mayas
recolectaban del árbol de la Sapodilla.
Los mayas masticaban un chicle sin sabor para limpiar sus dientes.
La
versión moderna de la goma de mascar nació en 1860, cuando el general
Antonio López de Santa Anna le llevó chicle mexicano al inventor
estadounidense Thomas Adams, quien fue el primero en experimentar con
ella como posible sustituto del caucho, pero después le agregó sabores
y la vendió como goma de mascar.
México prácticamente se olvidó
de su natural y biodegradable base para la goma y sin pensarlo mucho
adoptó la versión estadounidense sintética. Ahora, los mexicanos
mastican un promedio de 1,2 kilogramos de la golosina cada año, lo que
equivale a la mitad del promedio de un estadounidense, pero suficiente
para colocarse en los rangos más altos para América Latina.
Desde
luego, las plastas de chicle usado son un problema alrededor del mundo.
Singapur alguna vez se volvió noticia por prohibir la venta y consumo
de la goma de mascar para salvar a sus aceras y ahora le pide a sus
consumidores que se registren en las farmacias.
La compañía
Rid-a-Gum, de Staten Island, Nueva York, vende anualmente alrededor de
200 máquinas para limpiar el chicle a un precio de 3,500 dólares
estadounidenses cada una.
"Es un serio problema para los centros comerciales, escuelas y casi cualquier lugar público", dijo el dueño, Jack Hurley.
México piensa que la solución a su problema podría venir del pasado, con sus productores naturales del chicle.
En
el poblado de Chetumal, al este de la capital, la cooperativa de Manuel
Aldrete de productores de chicle está por lanzar una línea de goma de
mascar orgánica. Aldrete alega que su producto se deshace más rápido en
las bancas de parques, calles y aceras.
"El chicle con el calor
se hace una masa chiclosa, pegajosa, pero se seca, y se desprende
automáticamente solo. Este producto es orgánico, todos sus componentes
son orgánicos y naturales pues el producto se va biodegradando conforme
se va resecando la pasta, se va haciendo tiras y se va haciendo polvo",
dijo Aldrete.
Aldrete estima que en climas fríos bastarían seis meses para deshacerse y mucho menos en zonas cálidas.
Aún
así, se trata sólo de una pequeña parte del mercado: Sólo 300 toneladas
de chicle son producidas anualmente en las junglas del sur de México,
lo que equivale a una pequeña fracción de las miles de toneladas que se
necesitarían para satisfacer la demanda doméstica del mercado.
Y,
como Aldrete acepta, "los consumidores conscientes con el medio
ambiente" que compren la goma orgánica, probablemente no sean aquellos
que tiran el chicle en las aceras.
"Ellos probablemente buscarían un bote de basura con el signo de "orgánica" para depositarlo", dijo.
(Telam)
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