nvestigadores argentinos, en conjunto con españoles, demostraron que bacterias autóctonas provenientes de suelos crónicamente contaminados del continente blanco logran remediar sitios afectados desde hace años por derrames de hidrocarburos si reciben adecuados niveles de nutrientes, como fósforo y nitrógeno. Este sistema ofrecería el mejor balance costo-beneficio. Por Constanza Dorbez del Instituto Leloir.
Los estudios mostraron que el sistema más eficiente era el que sólo añadía nutrientes.
Quitar manchas de petróleo o sus derivados del continente blanco es una tarea ardua. No sólo por las desfavorables condiciones ambientales sino también porque únicamente puede hacerse con microorganismos del lugar, ya que la Antártida es un territorio protegido, por consenso internacional, de la introducción de toda especie foránea. Por ello, científicos de Argentina y España valiéndose de bacterias autóctonas a las que se las estimuló con nutrientes como nitrógeno y fósforo lograron acelerar el proceso de limpieza de suelos crónicamente contaminados por hidrocarburos, de acuerdo con una investigación recién publicada en Microbial Ecology.
“Calculamos que en el corto período en el cual los suelos costeros antárticos se liberan, al menos parcialmente, de su capa de hielo (tres meses promedio, de diciembre a marzo), las bacterias son capaces, si están bioestimuladas adecuadamente, de reducir entre el 60 y el 70% el nivel de contaminación por los combustibles más utilizados en la zona. Es una buena eficiencia”, señala a la agencia CyTA Walter Mac Cormack, investigador del Instituto Antártico Argentino y coordinador del equipo de científicos argentinos que, conjuntamente con sus pares de España, llevó adelante el trabajo. Más adelante precisa: “De todas las variantes que se han desarrollado para paliar el problema de contaminación de suelos por hidrocarburos, este método es el que tiene el mejor compromiso costo-beneficio”.
A 62º 14’ latitud Sur, la base científica argentina Jubany sabe de tempestades. Un día de verano puede presentar temperaturas varios grados bajo cero y vientos de más de 100 kilómetros por hora. En estas condiciones extremas los investigadores ensayaron distintas estrategias para encontrar métodos más eficaces con el fin de remediar las pérdidas de combustibles que suelen registrarse en los lugares de almacenamiento. “El Protocolo de Protección Ambiental del Tratado Antártico establece que los que generan desechos o utilizan sitios polucionados deben hacerse cargo de las tareas de limpieza”, indica la investigación dirigida por Mac Cormack, junto con S. Vázquez y L. Ruberto, E. Hernández, Alfredo Lo Balbo de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires, y B. Nogales, J. Christie-Oleza, R. Bosch y J.Lalucat de la Universitat de les Illes Balears, España.
En búsqueda de sistemas más efectivos de recuperación, el equipo comenzó los trabajos sobre biorremediación hace unos diez años. En ese sentido, el doctor Eduardo Cortón de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, resalta la importancia de este estudio dado que “los ecosistemas antárticos son considerados frágiles, especialmente los terrestres. Debido a su clima extremo, pocos tipos de plantas y animales pueden vivir en esas condiciones. La época de crecimiento es limitada y escasean nutrientes en el suelo. Por ello, es importante tratar de reparar los derrames de hidrocarburos y otros contaminantes producidos por el hombre”.
Ensayos a prueba
Con los microorganismos autóctonos, los investigadores llevaron a cabo la tarea. “Existen numerosos productos comerciales que contienen bacterias y normalmente se comercializan en el mundo porque favorecen la degradación de hidrocarburos. Sin embargo, estos microorganismos no son capaces de subsistir en condiciones climáticas tan extremas, y además, está prohibido introducir en la Antártida especies no autóctonas”, precisa Mac Cormarck. Por su parte, Alfredo Lo Balbo, ejemplifica: “A nivel mundial, hubo dos casos donde se introdujeron bacterias no nativas y eso generó un desregulamiento, se fueron de control”.
Estas bacterias utilizan literalmente el combustible para vivir. “Se alimentan de hidrocarburos. Éstos desaparecen como tales y se transforman en dióxido de carbono, agua o en biomasa”, detalla Mac Cormarck sobre este proceso de biorremediación que tiene más ventajas. “Las comunidades de bacterias autóctonas tienden a autoregularse porque una vez que degradaron el hidrocarburo sufren una limitación en su fuente de alimento, su crecimiento se frena y se tienden a restituir las densidades poblacionales originales”, agrega Lo Balbo, quien tuvo a su cargo el diseño y validación de un método analítico para poder seguir en el tiempo los niveles de hidrocarburos en las muestras.
Las pruebas fueron diferentes en los distintos suelos dañados por combustibles de la base Jubany. En algunos experimentos las bacterias nativas recibieron nutrientes inorgánicos en forma de fosfatos y nitratos, es decir se las sometió a bioestimulación. En tanto, a otras parcelas de terreno se les añadió además microorganismos de especies nativas especialmente cultivados en laboratorio para aumentar la cantidad de bacterias con actividad degradadora. “Los resultados nos confirmaron que en sistemas crónicamente contaminados, el ajuste de los nutrientes adecuados para el desarrollo de la flora bacteriana autóctona es suficiente para reducir el grado de contaminación de los suelos. Esto va contra una creencia generalizada –aún entre nosotros– de que el agregado de bacterias externas ayuda al proceso. En ciertas condiciones, como las que realizamos nosotros, añadir microorganismos extras no mejora el proceso cuando el suelo ya tiene una historia larga de contaminación y, evidentemente una microbiota adaptada a la presencia de los contaminantes”, resume Mac Cormarck..
Los estudios mostraron que el sistema más eficiente era el que sólo añadía nutrientes. “Cuando un suelo se contamina con hidrocarburo, los niveles de carbono aumentan mucho, el nitrógeno y fósforo quedan en niveles proporcionalmente mucho más bajos. Por este motivo es necesario balancear esa relación”, explican Lucas Ruberto y Susana Vazquez, del Conicet.
En sitios de larga data de contaminación, estimular con nutrientes a las bacterias nativas permite una efectiva remediación y no se necesita bioaumentar. Sin embargo, en casos de pérdidas repentinas de combustible el tratamiento a seguir debería ser otro. “Lo que sí observamos y estamos tratando de reconfirmar -especifica Mac Cormarck- es que se necesita también sumar microorganismos cuando un suelo prístino sufre un evento agudo de contaminación, es decir, cuando por accidente, se rompe un tanque de combustible o se cae uno de los recipientes de 3000 litros que se movilizan en helicóptero desde el buque polar a la base. En estos casos, como la flora bacteriana no está adaptada a la nueva situación de contaminación, la acción rápida de reparación puede pasar por el agregado de microorganismos degradadores”.
Con la mirada puesta en subsanar el daño al medio ambiente, el equipo continúa su tarea para desarrollar sistemas más efectivos. “Por un lado, la idea es desarrollar metodología y tecnología para reducir el impacto ambiental que habitualmente ocurre durante el manejo de combustibles derivados del petróleo. Por otra parte, el objetivo es disponer de herramientas tecnológicas que permitan una rápida respuesta ante eventuales accidentes”, concluye Mac Cormarck.
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