Una encuesta realizada a 1510 residentes de la Ciudad de Buenos Aires muestra que los peores ubicados en la escala social por su baja formación educativa e ingresos económicos presentan más probabilidades de padecer enfermedades como hipertensión o diabetes, entre otras, que aquellos con mejor poder adquisitivo, según un estudio publicado en “Journal of Urban Health: Bulletin of the New York Academy of Medicine” de Estados Unidos. Por Constanza Dorbez, Instituto Leloit.
Los especialistas subrayan la necesidad de considerar estas diferencias a la hora de diseñar políticas de salud pública.
Vivir en una gran ciudad como Buenos Aires tiene sus riesgos y más aún para aquellos de menor formación educativa y nivel de ingresos. Ellos muestran una mayor probabilidad de sufrir enfermedades crónicas, como hipertensión, que los mejor posicionados en la escala social. Y en el caso específico de las mujeres, se registraron mayor proporción de obesidad y elevado índice de masa corporal a medida que disminuía su nivel de educación e ingresos medios del hogar, según una investigación recientemente publicada en “Journal of Urban Health: Bulletin of the New York Academy of Medicine” de Estados Unidos.
“Nosotros encontramos que el índice de masa corporal estaba inversamente asociado con las condiciones socioeconómicas en el sexo femenino, y que la diabetes y la hipertensión estaban inversamente asociadas con el status socioeconómico en las mujeres y en los varones”, señalan los investigadores Nancy Fleischer y Ana Diez Roux del Center for Social Epidemiology and Population Health del Departamento de Epidemiología de la Universidad de Michigan, en Estados Unidos, y Marcio Alazraqui y Hugo Spinelli de la Universidad Nacional de Lanús, en Argentina; autores del trabajo titulado “Patrones sociales de los factores de riesgo de las enfermedades crónicas en una ciudad en Latinoamérica”.
A partir de los datos de la primera Encuesta Nacional de Factores de Riesgo que el Ministerio de Salud de la Nación realizó en 2005 en todo el país, este equipo de científicos centró la mirada específicamente en las respuestas provenientes de la metrópoli porteña. Por su peso y altura fueron consultados 1510 residentes de la ciudad de Buenos Aires para calcular por una simple ecuación el índice de masa corporal, es decir los kilos presentes por metro cuadrado o superficie del organismo. Si fumaban, cada cuánto hacían ejercicio físico, o cuál era su dieta, formaron parte del cuestionario.
“Mientras las desigualdades socioeconómicas y los factores de riesgo de enfermedades crónicas han sido largamente analizadas en naciones con alto poder adquisitivo, pocos estudios examinaron estos patrones en países de ingresos bajo o medio”, señalaron los especialistas. Precisamente, la Argentina -Buenos Aires, en particular por ser de ingresos medios- reunía los requisitos para echar luz sobre esta situación en un planeta que cada vez más avanza a ritmo acelerado hacia la concentración de sus habitantes en las ciudades.
“La urbanización –indicaron los especialistas- puede afectar la salud a través de las condiciones en la cual la gente vive, donde trabaja, qué alimentos consume y los factores ambientales a los cuales se ve sometido. Pero estos factores no son similares para todas las clases sociales. Mientras los sectores con mejores finanzas pueden cambiar los niveles de los factores de riesgo (por ejemplo el cigarrillo, el exceso de calorías), los pobres tienen más dificultades para vivir saludablemente en las áreas urbanas”.
Resultados bajo la lupa
Los resultados generales de este estudio arrojaron que eran obesos el 10 por ciento de las mujeres y el 12 por ciento de los varones consultados. La diferencia resultó menor cuando se les preguntó si habían sido diagnosticados de presentar presión arterial alta. Allí los valores se repartieron en 30 y 31 por ciento, respectivamente. En tanto, en la diabetes las cifras correspondieron a 7 por ciento para el sexo femenino y 12 por ciento para el masculino. Ellas dijeron comer más frutas y verduras que ellos, un 45 por ciento contra un 27 por ciento pero ambos coincidieron en que no se mueven mucho. Alrededor del 43 por ciento de los dos sexos confesaron que realizan de moderada a poca actividad física. Cuando se les preguntó si fumaban, contestaron que sí, el 26% de las mujeres, y el 31 por ciento de los hombres. Cabe resaltar que la encuesta fue respondida por personas mayores de 18 años, sin límite de edad superior.
A la hora de analizar estadísticamente las respuestas, los investigadores encontraron algunas relaciones significativas. “Para las mujeres, el índice de masa corporal crecía a medida que descendía el nivel educacional y el ingreso económico percibido en el hogar. Esta tendencia no resultaba tan clara para las varones”, remarcaron. Entre las posibles interpretaciones a esta observación, los investigadores encuentran que este gradiente socioeconómico se debe a que las condiciones de vida (sociales, económicas y materiales) de las distintas clases sociales condicionan sus comportamientos y niveles de estrés, que a su vez afectan su índice de masa corporal y su probabilidad de desarrollar diabetes e hipertensión. Esto implica que incluso las enfermedades crónicas se ven fuertemente influenciadas por los determinantes sociales y la desigualdad social.
Más adelante añadieron que estos hallazgos eran probables de encontrar dado que “la Argentina es una país de ingresos medios y las zonas urbanas son las primeras en seguir estos lineamientos, que se dan con más fuerza entre las mujeres que en los hombres, al igual que ha sido observado en los países desarrollados, aunque las razones aún deben ser determinadas”.
Por otra parte, la socióloga, médica y psicóloga Ana Lía Kornblit, investigadora del Conicet en el Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, coincidió en que “los hallazgos obtenidos en esta investigación replican otros estudios realizados. Por ejemplo, los datos acerca de que el diagnóstico de tener presión alta está asociado inversamente con el ingreso y la educación. Si bien, –agregó- habrá que ver el origen de la hipertensión, ésta se la vincula con el sobrepeso, con la ingesta de excesiva sal, entre otros”.
Estos datos fueron marcados por la especialista quien no pasó por alto los hábitos de vida de los sectores populares. “¿Qué pasa con las personas de menor educación e ingresos que viven en barrios carenciados? Por lo general tienen una cultura alimentaria que es una fuente de factores de riesgo para la salud. ¿Qué comen? Los cortes de carne más baratos con mucha grasa como la falda. Y los panificados con grasa como las facturas. Además el uso excesivo de la sal que provoca hipertensión. En las clases medias y más acomodadas ha cundido de un modo más importante la educación en cuanto a qué tipo de comida y hábitos físicos son necesarios para cuidar la salud. También tienen más posibilidades de elegir alimentos y cuentan con más tiempo para hacer una actividad física. Disponen de más recursos para evitar estos factores de riesgo”, enfatizó.
Patrones parecidos
¿Qué parte de los resultados obtenidos se parecen a la de los países desarrollados y encuentran alguna explicación al respecto? ”En general –respondieron los autores del trabajo a la Agencia CyTA- los patrones son parecidos a los países industrializados a excepción del consumo de tabaco, y esto puede tener que ver con normas sociales relacionadas con el cigarrillo y su relación con el nivel socioeconómico. También, es importante recordar que estos datos son solamente para Buenos Aires, y que podrían ser diferentes en áreas rurales. En los países en desarrollo, las áreas urbanas son las que presentan estos patrones más precozmente en relación con las áreas rurales”.
Los investigadores ponen especial énfasis en el estudio de los riesgos de padecer enfermedades crónicas dado que éstas son la primera causa de muerte a nivel global, y las estimaciones futuras proyectan que incrementarán su importancia en las dos próximas décadas. Los resultados parecen indicar que los peor ubicados en la escala socioeconómica son los más vulnerables a ser afectados. “La presencia de estas desigualdades necesitan ser consideradas para aquellos que establecen las políticas y los que trabajan en el ámbito de la salud pública en términos de comprender las causas de las enfermedades crónicas y diseñar intervenciones adecuadas”, concluyeron.
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