El sábado en el San Martín se estrenó “Los Claveles”, bajo la Dirección General de María Silvia Soria. Colosal producción. Buena música y mejor vestuario. Carencia en los diálogos. Texto poco comprometido.
Se repone en el Virla el domingo a las 21.
Los Claveles, zarzuela escrita por De Sevilla y Carreño, con música de José Serrano, siendo un éxito en España, se estrenó el sábado en el San Martín. La concurrencia acompañó en un 70%.
La primera impresión que causa la obra es la colosal producción. Una escenografía bellísima. En el medio del escenario la fachada de una fábrica de perfumes. Los actores deambulan o conversan por la calle de aquella ciudad con un vestuario, acordemente elegido.
La apertura de la zarzuela es a través de un ballet que no decepciona, gracias a la dirección de Sandra Maldonada. Sin embargo no conmueve.
Sin lugar a dudas el punto flojo de la obra son los diálogos. Los actores no lograron consolidar el hablar en “gallego”. Lo cual generó un inconveniente enorme para el entendimiento del texto. Algo divertido, colorido. Pero el poco compromiso hace que el espectador, al finalizar el espectáculo no medite con profundidad. Sensación similar a la causada por una película hollywoodense. Banalidad y nula reflexión.
En cuanto a las actuaciones se destaca la de María Silvia Soria. Es la que mejor dicción posee con una admirable naturalidad escénica. Voz clara, precisa y una sensualidad interesante.
Al resto del elenco sería un despropósito juzgarlo. Simplemente porque le asignaron el rol de hablar con un tono de vos complicado. De una cultura diferente a la tucumana. Quizás la solución sería argentinizar la obra. Así el humor, condimento fundamental de Los Claveles, se materialice en la recepción del público.
Así el compadrito, uno de los personajes, interpretado por Jaime Mamaní podría desplegar su gran capacidad actoral, que esta vez estuvo ausente.
En cuanto a la música bajo la dirección del Maestro Tito Pacheco, fue realmente inteligente. Cada pieza ambientó la escena. Fusionándose perfectamente con el vestuario y la escenografía. Una orquesta con 18 instrumentos generan las cordiales melodías.
A pesar de esto las canciones, no gozan de las mejores voces. Tampoco de las peores. Cumplieron.
La iluminación, los decorados se conjugan perfectamente con el magnífico vestuario. Lo cual demuestra una producción impresionante.
Respecto a la historia, son dos parejas con los típicos conflictos y desentendidos, que finalmente terminan resolviéndolos. Un final feliz para una historia que invita a la distensión. Nunca a la reflexión.
Sebastián Ganzburg
sebaganzburg@gmail.com
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