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AMPLIARLa sociedad de la Nieve

Un relato intimista y claustrofóbico con nerviosos planos cerrado

Crítica de "La sociedad de la nieve". En esta nueva versión cinematográfica prevalece una dimensión humana de mayor tangibilidad y espesor, y también de mayor densidad grupal.

 LA SOCIEDAD DE LA NIEVE 

(Juan Antonio Bayona, 2023)

La llamada "tragedia" o "milagro" de los Andes había dado lugar a dos películas de ficción: la mexicana Supervivientes de los Andes (René Cardona, 1976) y la estadounidense ¡Viven! (Frank Marshall, 1993). La primera es un producto torpe de explotación, concentrado en el morbo del canibalismo; la segunda, una superproducción hollywoodense con un elenco liderado por una estrella joven en ascenso, Ethan Hawke, que atraviesa toda la penosa odisea con su bello rostro incólume. ¡Viven! está tallada según los códigos del cine espectacular de catástrofe y aventura de la época: privilegio de la peripecia servida en grandes planos generales, con marcaciones dramáticas dictadas por las convenciones de un guion industrial.

En La sociedad de la nieve, Bayona opta por un relato más intimista y claustrofóbico, con un hilado visual donde predominan nerviosos planos cerrados sobre partes del cuerpo y rostros, articulados con inmensas tomas panorámicas que resaltan la imponencia del paisaje. El resultado es la preponderancia de un dramatismo más físico, más encarnado en seres arrasados por el desastre que tantean con desesperación los límites extremos de lo humano. Es así que en esta nueva versión cinematográfica prevalece una dimensión humana de mayor tangibilidad y espesor, y también de mayor densidad grupal.

En este sentido, los mejores momentos del film se hallan no tanto en lo que se dice sino en lo que se muestra, o en lo que se manifesta en eso que se deja ver como comportamiento colectivo, como la secuencia de la payada cómica en el apretado interior del avión destruido, mientras unos a otros los supervivientes se masajean los pies para protegerlos del frío, o cuando al aire libre, bajo la recuperada luz del sol, imitan el canto de pájaros.

Estos instantes se hacen más significativos que los dedicados a una verbalidad cargada de "mensaje", como el monólogo sobre el amor, que -no obstante- en su contenido es coherente con la materialidad corporal realzada por el relato.

Con su certera carga emotiva, fortaleza actoral y un tratamiento tan sobrio como potente de los aspectos relacionados con la antropofagia, la fluidez de la historia logra imponerse al lastre de la voz narradora en off de uno de los protagonistas, recurso accesorio destinado a pastorear la atención de los espectadores. Acompaña con precisión el esplendor épico y sentimental de la banda de sonido compuesta por Michael Giacchino.

Belén Mercado