Gustavo García, primer doctor en Discapacidad de Argentina y docente de la Universidad Nacional de La Matanza, analiza los desafíos que aún se deben afrontar en materia de inclusión en el país. “La barrera más compleja es la actitudinal”, asegura el especialista.
Magalí de Diego (Agencia CTyS-UNLaM) - A la hora de tejer un tapiz, cada hilo aporta un valor único y, para crear una pieza interesante, el artista debe valorar la diversidad de texturas, colores y patrones. La discapacidad se teje como una fibra que desafía la percepción convencional de este entramado en el que cada persona es como un hilo.
En diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM, Gustavo García, el primer doctor en Discapacidad de Argentina, aborda la complejidad de este fenómeno multidimensional, donde la evolución de la sociedad se está dando de forma progresiva y parece ir más allá de la instalación de rampas físicas. "La discapacidad es una condición que interactúa con los contextos sociales y esto, a su vez, se entrelaza con las percepciones de la sociedad", reflexiona García, señalando que la mayor barrera, y la más compleja, es la actitudinal.
“No es solamente una cuestión de accesibilidad, que es lo más visible. ¿Qué pasa cuando transcurrimos o franqueamos esa rampa que nos permitió llegar de un lugar hacia otro? ¿Cuáles son las actitudes de las personas que nos reciben del otro lado?. La accesibilidad, en el concepto más puro, es importantísima, pero hay que tener en cuenta de qué manera también abrimos las barreras actitudinales y los obstaculizadores sociales para que se transformen en oportunidades de participación. Ese es el verdadero desafío”, subraya.
A pesar de los retos que todavía hay que enfrentar, García destaca un cambio de paradigma palpable. “En términos de progreso -señala- estamos mucho mejor que hace unas décadas, pero la discapacidad es un fenómeno multidimensional y una de ellas es el posicionamiento social. Todo es la mirada del otro, en qué lugar nos ubica. El concepto de discriminación históricamente se vincula con esto, ya que inicia en la segregación, marginación o ninguneo de personas distintas a uno. Afortunadamente se ha desarrollado una mirada holística, respetuosa de la diversidad y con menos estereotipos que refuercen la idea de una sociedad homogénea que, en realidad, no existe”.
De ser llamados “pacientes”, las personas con discapacidad están emergiendo como “participantes activos” en la sociedad. Sin embargo, este avance no es una tarea fácil. García advierte que los paradigmas son construcciones sociales que evolucionan lentamente, pero que, a esta altura, el progreso es innegable. “Las políticas públicas y la difusión mediática están llevando la discapacidad a la agenda pública, generando conciencia y sensibilidad para que las personas trabajen el aspecto actitudinal de cara a la discapacidad”, asegura.
Si bien el especialista considera que hay un marco jurídico interesante que contempla la Convención Internacional de Derechos de las Personas con Discapacidad -operativizada en 2007 y convertida en ley en 2008-, también señala que “hay que seguir madurando el concepto y abrazando la diversidad como un valor constitutivo del ser humano”. García apunta que “si en 2008 fue necesaria esta sanción, es porque los derechos humanos de las personas con discapacidad estaban siendo sistemáticamente flagelados y esto no puede permitirse”.
Explorando las dimensiones de Exclusión, Segregación, Integración e Inclusión
García, docente de la Universidad Nacional de La Matanza, desentraña las sutilezas que existen entre conceptos como exclusión, segregación, integración e inclusión, ofreciendo una visión crítica sobre cómo se estructuran los espacios y actitudes en la sociedad actual.
La exclusión, según García, se manifiesta en una lógica donde las personas con discapacidad son ignoradas y expulsadas del tejido social. Es una realidad donde la participación es limitada o nula. La segregación, por otro lado, se presenta en lógicas paralelas, donde los espacios y materiales se destinan de manera exclusiva para personas con o sin discapacidad en diferentes días o momentos.
La integración, en cambio, implica adaptaciones específicas para permitir la participación de personas con discapacidad. García ejemplifica este punto con referencias al ámbito deportivo, donde se modifican reglas y espacios para incluir a personas en silla de ruedas, destacando que la integración se centra en ajustarse a la condición de la persona.
Finalmente, la inclusión va más allá. El investigador destaca que la verdadera inclusión no debería requerir esfuerzos adicionales: debería ser inherente a nuestras instituciones y sociedades. “La inclusión -señala- se trata de tener instituciones y sociedades de puertas, mentes y corazones abiertos sin necesidad de ajustes específicos. Todas las instituciones deberían ser naturalmente inclusivas desde su concepción. Por eso a mi me da un poco de escozor cuando se habla de ‘una escuela inclusiva’, no concibo la idea de una escuela que no lo sea, es parte de su definición y misión”
El desafío, según García, radica en superar las barreras actitudinales y generar un concepto de inclusión que surja de la empatía, de entender las diversas formas en que las personas experimentan el mundo y de crear sociedades que abracen esta diversidad de manera natural y sin imposiciones estructuradas.
El deporte y la educación, dos aliados de la inclusión social
García, quien comenzó a trabajar en discapacidad desde su rol como docente, resalta el papel crucial del deporte y la educación en la inclusión social. “Antes de que se discutieran estas leyes y convenciones de las que hablamos, el deporte ya levantaba la mano como una herramienta poderosa para contrarrestar este escenario de segregación. En espacios deportivos la lógica de integración e inclusión ya funciona”, apunta.
En relación a este escenario, el especialista destaca que en el ámbito universitario se están realizando esfuerzos significativos para garantizar la igualdad de oportunidades en la educación superior. García enfatiza que “esto no significa simplemente la posibilidad de obtener un título universitario, sino garantizar un trayecto educativo completo. Por ejemplo, en la Universidad Nacional de La Matanza, esto se hace de forma muy consciente a través de estructuraciones que van desde lo edilicio, a lo actitudinal y pedagógico”.
“En estos ámbitos, que asumen la tarea de inclusión como parte fundante de su esencia, los mecanismos de inclusión son mucho más naturales, espontáneos y efectivos. No existen adaptaciones ni se dictan reglas impuestas sino que surgen de la necesidad de pensar una sociedad que permita la participación de la mayor cantidad de personas posibles”, concluye el doctor en Discapacidad.
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