Denominación dada por ese particular modo de los tucumanos para poner nombres. Son los que todos días recorren la ciudad ofertando billetes de lotería. Un oficio que también forma parte de la tradición provincial. Cada vez hay menos.
Sólo pueden vender billetes de las loterías de Santiago del Estero y Córdoba.
“Me queda el último”; “el 13 para hoy” ; “tengo en 11 primo”; “ la salvación la fecha de hoy “, son algunas de las ofertas que día a se escuchan en el centro del Jardín de la República.
“Antes vendíamos loterías de todas las provincias, pero ahora sólo la de Santiago y Córdoba”, dice casi con bronca el “Gallego” Monasterio, uno de los viejos loteros tucumanos que todavía recorre calles y bares , tratando de vender la ex grande, como dice risueñamente.
El crecimiento de otros juegos de azar, con menos inversión y mayores premios, hizo que estos vendedores de “sueños”, anexen el telekino para salvar el día.
Jorge Lobo, (56 años), con más de 35 años en el oficio, es uno de los más conocidos loteros de la ciudad. Con un constante buen humor, característica de todos, “patea” por San Martín al 400 y alrededores. “Ya vendí seis grandes, pero eran otras épocas, se vendían más billetes y se recaudaba muy bien. Ahora me salva el telekino”, manifiesta este fanático de San Lorenzo, que en el atardecer del domingo casi llora de la emoción. No por el triunfo del equipo de sus amores, sino porque vendió el telekino premiado. “Si estoy feliz, no se quien lo compró, pero unos pesos para mi hay. Me vendrán muy bien”, señala con una mezcla de euforia y casi llanto.
“Llevo más de 48 años vendiendo loterías. Algunas grandes di. La recompensa fue escasa, pero es mi vida y voy a seguir hasta que me muera”, manifiesta Carlos Céliz (57), más conocido por Sandro, que también está ente los loteros más antiguos.
“Me falta uno para cumplir 50 años vendiendo billetes de lotería. Gané mucha plata”, dice orgulloso el popular Sandro. Caminamos 5 o 6 kilómetros diarios, tratando de vender y llevar el billete a los clientes fijos, esos que compran, hace años, el mismo número. Son muchos pero no como antes”, señala el canoso lotero, mientras aprieta un rosario.
“Vos me conoces Daniel, desde hace muchos años, y sabes que no te miento”, asegura. “Vendí ocho grandes, algunos me tiraron unos mangos. Hice mi casa y crié a mis hijos, caminando durante muchos años. Gané mucha, pero mucha plata por día. Antes vender cien enteros era fácil, ahora con suerte vendemos cinco” dice resignado Sandro.
Juan Giménez (67) es el que más tiempo lleva como lotero. Se lo encuentra, en su silla con ruedas, a la entrada de la galería comercial de San Martín al 700. Allí están todos, los loteros, como les gusta que se los llame. Desde ese lugar van y vienen buscando el mango diario.
No son muchos los que siguen en el oficio. No llegan a diez. Tienen poco margen de ganancia y ya no pueden sacar otros billetes que no sean de la santiagueña o cordobesa..
“Así nos vamos extinguiendo, enfatiza Céliz.; nos tenemos que ayudar con el telekino porque sino, no hacemos una moneda”, finaliza y se va detrás de una señora que le pide terminación 47.
Muchos tucumanos fueron “salvados” (como dicen ellos) por estos personajes cotidianos que circulan voceando y ofertando la salvación.
En un Tucumán con muchos oficios devaluados, estos loteros siguen siendo parte del paisaje urbano de la Ciudad Histórica.
Daniel A. Villalba
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