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12/09/2008 - En General

El Arzobispo Villalba en la misa celebrada en la Rural

Homilía de Monseñor Luis H. Villaba en la Misa de Acción de gracias por el Centenario de la Sociedad Rural de Tucumán.

Queridos Hermanos:

Vengo aquí a celebrar la Eucaristía entre la gente del campo, en ocasión del centenario de la Sociedad Rural de Tucumán.
Creo que son apropiadas las palabras que rezamos en el ofertorio de la Misa cuando decimos: "Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan y este vino, fruto de la tierra y del trabajo del hombre".
Hoy es oportuno hablar de la tierra, del campo y de lo "que es fruto de la tierra y del trabajo del hombre".

La tierra es un don de Dios, confiado al hombre desde el principio. Es un don de Dios confiado al hombre para sustentar la vida que el Señor ha creado.
Pero la tierra no es sólo un don de Dios, es también una responsabilidad del hombre. El hombre, creado por Dios del polvo de la tierra (ver. Gén. 3,7), fue constituido como dueño y señor de esa misma tierra (ver Gén. 1,28).
En orden a producir fruto, la tierra iba a depender del genio, del sudor y del trabajo del hombre. De esta manera, fue deseo de Dios que el alimento que iba a mantener la vida en la tierra fuese a la vez "fruto de la tierra y del trabajo del hombre".
Cristo mismo mostró su estima por la vida del campo.
En la vida de Jesús observamos una real cercanía a la tierra. En sus enseñanzas hace referencia a "las aves del cielo" (Mt. 6,26), "los lirios del campo" (Mt. 6,28). Hablaba del agricultor que salió a sembrar su semilla (ver Mt. 13,4-9); llamaba a su Padre celestial "viñador" (Jn. 15,1), y a sí mismo se denominó "buen pastor" (Jn. 10,14).
Esta cercanía a la naturaleza, esta espontánea conciencia de la naturaleza como don de Dios, así como la bendición de la familia agrícola, formaba parte de la vida de Jesús. Por eso los exhorto a que las actitudes de ustedes, hombres y mujeres del campo, sean siempre las de Jesús.

Tres son, en particular, las actitudes apropiadas a la vida rural.
La primera es la gratitud. Que ésta sea siempre la actitud de ustedes. Diariamente se le recuerda al hombre de campo cuánto depende de Dios. De los cielos viene la lluvia, el viento, el calor. Todo ello surge al margen de la voluntad del hombre. El trabajador prepara la tierra, siembra la semilla, recoge la cosecha. Pero Dios hace que crezca: sólo Él es la fuente de la vida.
La segunda actitud es la de conservar la tierra, pues debe ser fructífera de generación en generación.
Conserven bien la tierra, para que los hijos de los hijos de ustedes puedan heredar una tierra todavía más rica que la actual.
Deben tener presente que si bien la tierra suministra los medios económicos para vivir, la tierra no es, solamente, una empresa de simple lucro. Ustedes deben cooperar con el Creador en la conservación misma de la vida en la tierra.
La tercera actitud es la generosidad que nace del hecho que "Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa presididos por la justicia y animados por la caridad" (Gaudium et Spes, 69).
Ustedes son siervos de un don que Dios quiso que fuera para toda la humanidad. Nuestras tierras tienen la capacidad de proveer alimentos a millones de personas que no tienen nada para comer y contribuir así a librar al mundo del hambre.
Recuerden la actitud de Jesús frente a la multitud hambrienta reunida en la montaña. ¿Cuál fue la respuesta de Jesús respuesta? El Señor no se contentó con manifestar su compasión. Les dijo a los discípulos: "Denles de comer ustedes mismos" (Mt. 14,16). Hoy, Jesús nos repite exactamente esas palabras a nosotros, que tenemos la capacidad de saciar el hambre de nuestros hermanos: "Denles de comer ustedes mismos". Seamos generosos compartiendo el fruto de nuestro trabajo. Defendamos, también, el derecho al trabajo de la población rural, puesto que toda persona tiene derecho a un trabajo digno y bien remunerado.

 Los agricultores suministran pan a toda la humanidad, pero sólo Jesucristo es Pan de Vida. Sólo Él satisface la más profunda hambre del hombre: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente" (Jn. 6,51).
A la vez que somos conscientes del hambre física de miles y miles de hermanos nuestros, recordamos en esta Eucaristía que el hambre más profunda se halla en el fondo del corazón humano. Por eso, Jesús dice: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed" (Jn. 6,35).
Hermanos y hermanas: escuchemos estas palabras con todo nuestro corazón. Están dirigidas a cada uno de nosotros. Están dirigidas a cuantos trabajan el campo, a cuantos se benefician del fruto de la tierra.
Aunque todos los que tienen hambre fuesen nutridos, esa hambre más profunda del hombre persistiría todavía.
Sólo en Cristo encontramos la verdadera vida. El es el pan de la vida. Vayamos a Cristo y nunca tendremos hambre.

Hermanos y hermanas: ¡traigan el fruto de las manos de ustedes y deposítenlos sobre este altar, donde serán transformados en Eucaristía del Señor!
El trabajo de ustedes, sus fatigas por hacer una tierra fértil, colóquenlos sobre este altar y serán santificados en Cristo.
Pero, sobre todo, depositen en el altar las familias de ustedes, para que sean santificadas, para que crezcan en la unidad y en el amor.
Depositemos también sobre este altar la memoria de aquellos que hace hoy cien años tuvieron la capacidad y la voluntad de fundar la Sociedad Rural de Tucumán, y encomendemos sus almas y las de todos los socios fallecidos a la misericordia divina para que gocen del eterno Descanso.

 


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