Dos de cada diez chicos en edad escolar presentan trastornos sensoriales que son difíciles de diagnosticar porque los padres los asocian con problemas de conducta o caprichos, en vez de una falta de madurez neurológica.
Así lo reveló un informe del hospital "Elina de la Serna" de la ciudad de La Plata que precisó que cerca de 70 chicos son atendidos por semana en sesiones individuales en ese centro de salud, por distintas disfunciones sensoriales y cognitivas.
El estudio insistió en que el 20% de los chicos en edad escolar padece
algún tipo de trastorno sensorial, que afecta su vida social.
La
licenciada en terapia ocupacional Carolina Bellingi, especialista en
Integración Sensorial, sostuvo que "esas alteraciones comienzan a
desarrollarse muy temprano y hacen que alguna de las área de respuesta
del chico deje de funcionar".
Bellingi indicó que "eso se
manifestará por ejemplo, en un trastorno de conducta en la escuela o de
motricidad que puede hacer que hasta que el nene a lo mejor no pueda
patear una pelota".
Las disfunciones más comunes son los
problemas de conducta, déficits de atención, hiperactividad y problemas
en el habla que desembocan generalmente en problemas de conducta o
bajos rendimiento escolares.
Por eso, es en la escuela y en los hogares donde esos trastornos se detectan con mayor facilidad.
Entre
los trastornos sobresalen las denominados dispraxias, que son diversas
dificultades en la organización de los pasos para llevar adelante
acciones.
Esas dispraxias se evidencian en cuestiones
cotidianas como chicos que no pueden atarse los cordones, que no
colaboran para vestirse, que lloran sin pausa, se tiran al suelo o se
niegan a bañarse o a recibir un beso.
Bellingi indicó que "si
estas deficiencias no se tratan a tiempo, el costo emocional o
psicológico para el chico puede ser grave".
Agregó que "pueden
generarse problemas cognitivos y complicaciones en la relación con los
demás y eso, se traduce en una baja autoestima que es totalmente
evitable".
Por eso, los médicos consideran que es ideal que
los tratamientos comiencen antes de los siete años, cuando el sistema
nervioso del niño no terminó de madurar.
En la edad adulta, esas dispraxias no tratadas suelen llegar a evolucionar en forma de fobias.
La
intervención de los terapeutas en Integración Sensorial busca ayudar al
chico en ese proceso de organización de acciones y si se trata de un
trastorno generalizado del desarrollo (autismo), la terapia individual
en sesiones cortas puede llevar hasta un año y medio.
La sala donde se trata al menor esta equipada con peloteros, hamacas y otros objetos de juego diseñados especialmente.
Los
especialistas someten a los chicos a distintas pruebas para provocar
determinadas sensaciones en el sistema nervioso y de este modo,
detectan el área de respuesta alterada para trabajar sobre ella,
estimulándola hasta equilibrarla.
Los padres, como
observadores, participan de la terapia junto a sus hijos. Bellingi
explicó: "les damos actividades sencillas para que continúen en sus
casas según el perfil del chico".
"Es una dieta sensorial: si
el nene es hiposensible, es decir, tiene baja la percepción táctil, lo
que hacemos es buscarle ejercicios para intensificar el ingreso de
sensaciones, como cambiar el cepillo de dientes común por uno
eléctrico, incorporar al desayuno alimentos crocantes como cereales",
comentó.
El trabajo se combina además con psicólogos,
odontólogos y fonoaudiólogos, debido a que otra dispraxia frecuente son
los trastornos del habla, como el mutismo y tartamudeos.
Elisa
Aguerre, directora del hospital, sostuvo que "pese a que los
dispráxicos a veces parecen torpes porque no controlan sus movimientos
o no pueden hablar bien, son chicos tan o más inteligentes que
cualquier otro".
Indicó que "las dispraxias afectan a chicos
que vienen tanto de familias humildes como con alto poder adquisitivo y
tratado a tiempo es curable".
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