Nombre con el que se identifica a esas personas que presurosamente recorren a diario, calles y veredas del centro tucumano. Con la bandeja en una de sus manos, hacen equilibrio entre peatones y vehículos.
Bandejero, uno de los oficios urbanos que más creció en los últimos años.
Apareció en ese cercano siglo pasado. La depresión laboral, económica y la mayor cantidad de negocios y oficinas contribuyeron a que decenas de jóvenes tucumanos se dedicaran este "pequeño negocio".
Como lo llama Isabel, de 26 años, una simpática estudiante de abogacía que lleva más de 4 años trabajando en el rubro. "No me molesta, al contrario ahora me gusta, tengo varios clientes fijos a los cuales les llevo el desayuno y la merienda, además de los pedidos a otros. Todos los días tengo mi plata y no mangueo a mis viejos", cuenta la futura abogada. "Me mantengo delgada, si, porque camino como seis o siete kilómetros diarios", dice riéndose. "A mi novio no le gusta este trabajo, pero se lo banca, muchas veces le presté plata, entonces no tiene nada que decir, el es motoquero", explica Isabel y sigue caminando apurada, con una bandeja cargada de pocillos y vasos.
Con todos los bandejeros y bandejeras que conversé se destaca Daniel, de 37 años, con trece años en el oficio. Este padre de tres hijos es muy conocido por su zona de influencia. Recorre en medio de la gente con la bandeja cargada de cafés, gaseosas o sándwichs, con una seguridad envidiable. “Me encanta este trabajo, llevo 13 años haciéndolo. Lo mejor son las relaciones sociales: profesionales, comerciantes, empleados, porteros, vigilantes, diareros, tengo muchos, que si bien es cierto no son amigos, pero me atendieron muy bien cuando les pedí auxilio", cuenta orgulloso el tocayo.
"Y si, algún clavel tengo", dice seriamente. "Por ahí el fiado no resulta, pero muchas veces tuve que fiar una merienda porque el que la pedía estaba ido del hambre. Que va hacer esto es así, pero más se gana que lo que se pierde. Tampoco tienen la culpa”, dice justificando a sus clientes. "Les fío semanal, el patrón no les paga, me consta, y me tienen que clavar a mi", señala seriamente Daniel.
El lugar es uno de los más coquetos de la ciudad, grandes edificios, vehículos con vidrios polarizados, naranjos llenos de azahares y muchos policías."Por esta zona los peores clientes son los profesionales. Terribles, piden que les lleve rápido porque están con algún paciente o cliente, pero para pagar me hacen volver a última hora. Me obligan, muchas veces a que el dueño del bar me descuente de las comisiones. Cobrarles después es el problema. Hasta las secretarias están enseñadas", se descarga una bandejera con un tiempo recorriendo esa zona de la Ciudad Histórica, que no quiere dar su nombre ( será por razones ilegales, no por legales), por temor a que la despidan o no le compren más. "Ya le pasó a una compañera, se enojó con un médico porque le debía cinco o seis cafés, y le demoró como un mes para pagarle. La despidieron. A ese no le fío ni loca", finaliza.
Es sorprendente, lo que cuentan estos jóvenes. Desde generosas propinas, hasta proposiciones deshonestas, pasando por invitaciones a las fiestas familiares, u ofrecimientos de trabajos como mucamos o empleadas domésticas. "Había una señora que me daba 20 mangos para pasear un perro fiero, que tenía. Se murió, y me quedé sin ese rebusque", dice casi con bronca Fermín, que trabaja para un bar ubicado al noroeste del microcentro.
Bandejero uno de los tantos oficios “creado” por los desaciertos de gobernantes, empresarios y dirigentes.
Sirve para llevar el mango a casa, como dicen todos esos comprovincianos, que a pesar del clima o enfermedades de hijos, parientes y de ellos mismos, nunca pegan el faltazo.
Daniel A. Villalba
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